lunes, 9 de marzo de 2015

Una historia de un 31 de diciembre de
Por Francisco Javier CORTINA GÓMEZ



Nota del Autor:
Estas líneas, deberían estar escritas al final y nunca al principio, pero así soy yo de original, sirvan sólo para poner en situación y antecedentes al lector, al único lector que espero tener, Vd.
Finalizado el 30 de diciembre de 2003, a las 22:52 horas, no recuerdo el lugar, por que fueron muchos donde lo escribí, con alegres y tristes, muy tristes recuerdos, pero eso se queda en la mente del que pensó y escribió estos renglones, tal vez algún día escriba una historia paralela de cómo se escribió esta.
Una recomendación, este cuento, relato o novela, como quiera Vd. llamarlo, fue escrito y corregido con la banda sonora de la película “Cinema Paraíso” compuesta y dirigida por Ennio y Andrea Morricone -tema de d’amore-, vale la pena escuchar y leer a la vez, se sentirá mejor al final.





Una historia de un 31 de diciembre de...

Como cada mañana, introduje la llave en la vieja cerradura de mi despacho, era de esas llaves grandes, largas y muy pesadas, igual que las que portaban las amas de llaves en esas viejas películas de terror de castillos encantados. Una vez dentro, abrí las contraventanas y la luz iluminó la estancia. El día era radiante, soleado, y frío, muy, muy frío, no podía esperarse otra cosa en el ya entrado otoño y casi inminente invierno, y con el abrigo aun puesto, y abrochado hasta el cuello, hice lo propio con las ventanas para que se ventilara la habitación. No me llevó mucho tiempo por que tampoco era muy grande el espacio; mientras, recargué la estufa con unos troncos que tenía apilados y la encendí, el crepitar de la madera seca que se iba quemando reverberó por las cuatro paredes.

No tenía trabajo, y de eso ya hacia mucho, apenas un par de cartas a unos vecinos de la aldea de al lado en demanda de peticiones de otros de mi aldea y la redacción de un desiderátum al superior jerárquico que sin duda caería en saco roto como tantos y tantos otros, pero yo seguía, no cejaba en el intento de conseguir lo que una vez me propuse. Visitas, no tenía anunciada ninguna, y sin duda con la desapacible temperatura matutina estaría en la más absoluta soledad. Levanté el pesado auricular de baquelita de mi teléfono negro, un General Electric, para confirmar que aun tenía línea con el exterior y que no me la habían cortado; alguna que otra vez, la superioridad se olvidaba y me cortaban la línea por impago de las facturas -no piensen que eran elevadas, la cuota mensual y dos o tres llamadas a la ciudad por semana, en términos parroquiales el cafetín de la semana-, pero unas súplicas bien dramatizadas por mi parte, y rápidamente volvía a estar comunicado, por lo menos dos meses más, inculpaban eso sÍ a las pobres “Matildes”, jugaban conmigo y ahora después de muchos años yo también jugaba a su juego, aducían también problemas informáticos el “virus” de turno, ahora hasta el tractor de Manolín también tiene virus según su mecánico.

La puerta de la antesala chirrió debido a lo oxidado que estaban sus goznes..., algún día les inyectaré aceite, pensé para mis adentros mientras sonreía, pero primero tendría que acordarme antes de cogerlo de la cocina de casa.

-   ¿Don Pepe, se puede?
-   Claro, como no, adelante... ¡Hombre Fermín, buenos días!, pero acérquese, acérquese a la estufa y cierre la puerta, que hoy hace un frío de ese que penetra en los huesos; repóngase y dígame, ¿a que debo su visita?.
-   Gracias. Como he visto que ya había venido, le entrego esta carta de formas tan raras.
-   Si, si que es verdad, -Fermín era el cartero del entorno, muy buena gente, jubilado de derecho pero no de hecho, seguía desempeñando sus funciones por que si no sin duda se hubiera muerto desde el primer día que lo botaron con honores-, alguna felicitación, sin duda, pensé rápidamente...
-   Alguna ¿que?
-   Felicitación Fermín, de las de Navidad, ¿no las ha visto nunca...?
-   Si, si, claro que si, en el Bar del Fulge, las pone en un estante, los de las cervezas, los refrescos, la de los suministradores, pero,..., no tienen esa forma.
-   Pues si, no es muy ortodoxa, y además no lleva remite, que curioso y divertido resulta ahora que todo el mundo le gusta presumir en sus envíos,..., en fin.
-   Bueno Don Pepe, le dejo, -dijo tras un largo silencio y sobre todo ante mi pasividad y falta de curiosidad de quien me podía mandar tan extraña felicitación- que Vd. tendrá cosas que hacer y yo aun tengo que ir a la Llosa de Aquilino que esta un poco lejos como bien sabe.
-   Adiós pues y muchas gracias, nos vemos cuando quiera, ¿tal vez el domingo?.
-   No se Don Pepe, no se..., adiós, -no lo veía, nunca lo veía, tal vez algún día...-.

Dejé las dos cosas y únicas que tenía entre manos y antes de abrir el sobre lo examine concienzudamente. Le di ciento y una vueltas, y lo único que averigüé es que venía de la capital, y de eso hacia ya tres días según indicaba el matasellos, así el abrecartas del cubilete y lo introduje con delicadeza en uno de los extremos superiores y fui desgarrando poco a poco el sobre dejando que ese sonido impregnase el silencioso ambiente.

Se trataba de una felicitación navideña, así que acerté en mis pensamientos preliminares. Antes aun recibía muchas o más bien alguna, ahora ya ninguna, bueno la de la superioridad como no iba a ser menos. Se que los ordenadores eran capaces de enviar felicitaciones por lo que llamaban Internet, algo de lo que sabía más bien poco, por no decir nada, pero en mi oficio debía conocer de todo y al final no saber de nada. Era de color azul marino, de cartulina, con ribetes o adornos en espiral plateados y una ventanuca con unos guarismos arábicos que a simple vista parecían desordenados pero que representan el próximo año, esto en su anverso; ya que en el reverso, figuraba el que supuestamente la había diseñado y una serie de números sin sentido alguno, por lo menos para mí.

• • •

-   Maruja, te llama tu compañero Pedro Forrita.
-   Consuelo, Consuelo por favor, ¿cuantas veces te he dicho,..., que no me tutes?, -levanté el tono de mi voz-, ya sabes que en este bufete no se permiten estas confianzas,... -sinceramente no quería que le llamaran la atención-.
-   Mujer, no me hago a la idea, nos conocemos desde niñas y es cierto que me conseguiste este trabajo y no sabes tu cuanto te lo agradezco, pero,...
-   ... si, pero ya fuiste informada desde el primer día de las normas que aquí rigen -estúpidas normas, el trabajo no se demuestra llamando a otro de usted, pero son normas y no impuestas por mí, y lo que más rabia me daba es que efectivamente conocía a Consuelo desde que éramos niñas del parque que ambas teníamos frente a nuestras respectivas casas-.
-   Vale me esforzaré más Doña Maruja,
-   ... mal, refunfuñe, pero mejor. Y la otra cosa, no me pases más llamadas hasta nuevo aviso.
-   Ok.

La conversación me llevó media hora larga, entre la mala leche y tirantez inicial, denominador común entre compañeros para que luego tras el lanzamientos de flechas envenenadas y más distendidos reconozcamos que nuestros clientes lo único que se merecen es la minuta. Yo siempre dejaba hablar, por la boca muere el pez, pensaba siempre, pero ya sabemos que cuando el dinero llama a la puerta y hay que repartirlo, un pleito se avecina, pero estábamos en vías de una transacción, desde hacia un mes largo. Ese era mi “Don” y para eso me ficharon en la firma, por mi poder de arreglar asuntos, por muy difíciles que fuesen. También es cierto, que mis emolumentos giraban entorno a lo que ganaban mis clientes, por que aunque tuviesen que pagar, sin duda era menos de lo que en Sentencia podían llegar a ser condenados e inversamente igualmente si eran los que cobraban pues aun perdiendo ganaban al hacerlo efectivo en un breve espacio de tiempo. Me gustaba lo que hacía, echaba pulsos a los hombres en la mayoría de las veces, algo que sólo sabían hacer con los de su genero y no con los del mío en los que se sentían violentos, a la postre me resultaba más fácil y divertido tratar con ellos que con ellas.

Pero ahora, quería dedicarme a lo que por esas fechas hacia todos los años, y cada vez me resultaba más tediosa dicha labor, sin duda por que cada vez era más y más larga la lista, crecía y crecía y por ende debía dedicarle más tiempo, este sería el último -me dije-, el próximo un E. Mail colectivo y “santas pascuas”, mejor dicho imposible, -pero esto ya lo pensé el pasado y el anterior, y el anterior del anterior, así que el próximo haré lo propio y seguiré quejándome-.

Delante de mí, tenía tres montones uno de felicitaciones colectivas del despacho, otro de sobres y un tercero con sellos. A todas y cada una de las felicitaciones les dedique una frase, unas letras, en muchos casos idénticas, la inventiva e improvisación para estos quehaceres me era muy limitada.

Tras casi una hora de estrujarme mi cabeza, reconté..., estaban todas,..., ¡no!, me falta una, -exclame en una voz tal alta que hice retumbar todo el despacho-. Sí, me faltaba una, una felicitación que quería enviar, simplemente enviar, a alguien que me trasmitió la paz que necesitaba desde hacía ya unos meses.

Lo conocí con motivo de unos cursos o charlas que impartí por encargo del Circulo de la Amistad, y que debido al éxito alcanzado, tuve que hacer una pequeña gira por la provincia -hacer bolos como dirían en el argot del teatro-. Ahora meses después reconozco que me fue bien ya que me había separado de Ernesto -gracias a Dios civilizadamente, con cariño, con otro cariño que el demostrado hasta ese momento-, y eso me dejó muy machacada anímicamente tras dieciocho años de matrimonio y dos hijos de diecisiete y quince años, porque otra vez tenía que “volver a empezar”, pero a empezar desde cero. Me quedé con nuestros hijos, que no son sólo míos si no también de él, pero como es habitual en estos asuntos el libre y yo responsable de ellos, pero era madre y doy gracias cada día por que lo seré durante toda mi vida. Inicialmente no lo tomaron muy bien, estaban, están en esa edad que ya no son niños ni son adultos, pero nos respetaron sabían que ganarían con su nuevo estatus, sacarían partido y tajada de su padre y porqué no, de mí. Por eso esas charlas me sirvieron para pensar, repensar sobre mi vida pasada, sobre mi vida presente y el motivo de seguir hacia delante; antes era yo, pero éramos cuatro, ahora éramos tres y uno, fin de semana sí, fin de semana no.

Y allí, en Torre de Arriba, en la última charla programada para ese año lo conocí, se encargó de organizar el lugar de la charla y llamar a la gente que pudiera estar interesada, sobre todo a señoras que era fundamentalmente el público al que estaban dirigidas mis conferencias. ¡Que persona!. Llegué a la hora de la comida y ya me estaba esperando, me dio dos besos que aun hoy retumban en mi cerebro y siento en mis mejillas, si mediar más palabras que las normales de me llamo..., ¿ha tenido buen viaje?,...,..., me cogió del brazo con firmeza pero con exquisita delicadeza, nunca Ernesto me tomo así, y si lo hizo en alguna ocasión ahora, en ese preciso momento no lo recordaba, y me llevo a la posada del pueblo de un tal Fulge y que a la vez tenía el monopolio de expedición de bebidas y cafés y de improvisado local de reuniones de vecinos desde la salida del sol hasta bien entrado el ocaso, ya que era el único bar y colmado del pueblo. Me invitó a una suculenta comida, y hable y hable como nunca lo había lo había hecho, y él sentado frente a mí simplemente me escuchaba. Tan es así que, sin darme cuenta o mejor dicho sin darnos cuenta, nos sacaron de ese trance, de ese momento, de ese lugar donde nos encontrábamos, para indicarnos que la charla debía comenzar en diez minutos, eran ya casi las siete de la tarde y había arribado sobre la una.

Me quede sola, sola detrás de una pequeña mesa que me habían instalado encima de un escenario para la conferencia, él me presentó y tras ello se acomodo a mitad de la sala dejándome sola, unas treinta personas acudieron pero le dedique la charla solo a él, él no paraba de sonreírme. Tras dos horas encerrada en la sala y de responder a las preguntas que me fueron formuladas, di por concluida mi intervención, la gente me agradeció mi visita y me obsequiaron con una cesta de productos del lugar que acepte a regañadientes pero entre dientes, verdaderamente me sentía agasajadísima.

Cenamos en el Bar de Fulge, y yo seguía hablando y hablando y él escuchando y escuchando, el dueño cuando sonaron las doce campanadas, y como el cuento de Cenicienta, nos invito educadamente para abandonar su local, dando por finalizado el baile, puesto que tenía que cerrar. Por mi parte, debía volver puesto que tenía una reunión con un cliente a primera hora de la mañana. Me acompañó al coche y me estrechó la mano que no se la hubiera devuelto nunca, me hubiera gustado besarle, sentir el roce de sus labios con los míos, sentir su respiración en mi oído y el latir de su corazón contra mi corazón, pero me reprimí o tal vez nos reprimimos, éramos, somos, de esa generación que actúa en estas materias sobre seguro, sin riesgos, por eso en muchas ocasiones nunca cruzamos muchos ríos que se nos presentan en la vida.

De todo esto hace ya dos semanas, y tengo ganas de verlo, de estar con él. Pero ahora no sabía que poner, no se si debido a su estado o a que..., pero no me atreví a nada más que a rubricarlo, lo introduje en el sobre, le pegue un sello y le di un beso y la puse encima del montón. A continuación comunique con Consuelo para que los enviara por correo.

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De quien será, de quien será, me repetía una y otra vez, al final abrí la felicitación, la firma de un despacho de abogados y caramba, caramba un texto bíblico de Isaías, capitulo XXXII, versículos XV a XVII: “Entonces el desierto se convertirá en un vergel y el vergel parecerá un bosque; morará en el desierto el derecho, y en el vergel habitará la justicia; el fruto de la justicia será la paz y del derecho brotará la calma y seguridad perpetua”, acertada elección -según las traducciones o ediciones, la mía el contenido era el mismo pero con otras palabras- la cita denotaba conocimientos religiosos, bíblicos hoy al borde del desuso, del olvido, con pinceladas mundanas en el sentido espiritual, esto es apta para creyentes y no creyentes, incluso ateos, de marcado carácter aconfesional, muy apropiado a un bufete de abogados.

Una solitaria rúbrica, con trazos nerviosos con apenas continuidad y sin identidad que delatase su procedencia aunque, a renglón seguido, averigüé quién era su remitente, la segunda de cuatro, sin lugar a dudas, se trataba de ella. Por unos instantes, cerré los ojos y la vi salir de su vehículo, de su cara y de sus risas durante la comida y su brillante exposición en la conferencia, de su compañía en la cena y de la ráfaga de aire fresco, helador, que cruzó nuestras caras cuando ya en su coche nos dijimos adiós. Nunca pude imaginar que se fijara en mi hasta el extremo de mandarme una felicitación de navidad, aunque la misma no contuviera ninguna anotación, lo que si que creo es que el pasaje bíblico fue de su cosecha, en parte me lo dedicaba a mi y por otra parte lo daba a conocer al resto del mundo, con el mensaje de que la Biblia no es sólo para los creyentes, sino que está abierta para todo el mundo.

Recuerdo casi toda la conversación, los problemas de su separación, de que habían sido muchos años dedicados a él y a sus hijos, y muy pocos, por no decir ninguno, dedicados a ella. Se encontraba desnuda, desprotegida dispuesta a un “volver a empezar” a volver a escribir su vida o lo que aun tenía que vivir, que era mucho, me dijo que estas Navidades eran las primeras, que la primera parte estaría con sus hijos y para fin de año estaría sola. Soledad que le aterraba aunque no lo reconocía, la disfrazaba argumentando que sus hijos eran cuestión de su padre en la noche de fin de año, pero tenía miedo, mucho miedo a la soledad, a las insistencias previas de esa noche para que fuera a cenar con unos y con otros, las “ONG’s” de los amigos que lo hacen por bien y resultan empalagosos o de la familia que se muerde los labios para no decir “si a mi él no me gustó nunca, su arrogancia y altanería me resultaban insoportables, no sé como pudiste casarte con él” y ella decía -que me lo digan, que me lo digan que les responderé, pero nadie se lo diría por que nadie se atrevería y de las llamadas a partir de las doce de la noche que cruel sufrimiento para los que están lejos y para los que están solos, otra vez la soledad planeaba por su cabeza.
Yo la oía, me gustaba su voz, su timbre, su conversación, en fin su verbo, yo por mi parte podría haberle dado consejos pero como yo conocía lo que era la soledad, mi soledad, mi soledad interior, por que hacia fuera, no estamos solos, cuando a la postre es al revés. Ella tenía que superarla costase lo que costase. Cuanto daría por estar con ella antes y después de noche vieja, pensé una y otra vez, pero ¿quien era yo?,..., vecino de una pequeña aldea o parroquia como gustaba ser llamada por los lugareños, recluido a la fuerza por mi superioridad, encarcelado, mofado, vilipendiado, por decir lo que otros no se atrevían, por pensar en voz alta, en fin, verdades como puños, que otros no querían oír, y que otrora hicieran lo propio y tal vez más alto, pero ahí están, parece que se han olvidado de cómo llegaron, de lo que hicieron, y, por mi parte con una vasta formación no era nada en mi entorno, con las cosas que podía hacer y no en mi beneficio, sino en el de la colectividad tal como me enseñaron y por lo que siempre había luchado. A esto, uno la crisis de los cuarenta pero de los cuarenta pasados, pero de los cuarenta, el examen de conciencia que uno se hace, del balance de situación, que arroja como resultado esa línea que desaparece por debajo del cero, que se sale del marco, pero debía seguir hacia adelante por que aunque me sentía sólo, estaba rodeado de personas que me necesitaban más aun, de mi ayuda y consuelo, aunque luego se iban y si te he visto no me acuerdo, lo que digo, solo y muy solo, por eso sabía lo que pensaba, Maruja, la entendía pero debía ser ella la que lo entendiera.

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No se que hacer, me preguntaba cada día desde que le envié la carta, ¿lo voy a ver o no?, al principio solamente lo pensaba acto seguido recordaba su estado y rápidamente lo olvidaba pero cada día se fue haciendo más y más obsesivo, hasta el punto que sólo tenía ojos para él, había rejuvenecido retornando a mis quince años, a los tiempos en que conocí a Ernesto, rememoré mi primer beso, en el que me temblaron hasta las tuercas de mis pendientes, si, si debía visitarlo no darle tregua al desasosiego de la desazón que su estado me impregnaba, debía superarlo, evidentemente yo, pero ¿y él, podría?, ¿sería capaz ser infiel a si mismo a lo que su estatus representa dentro de su entorno, a su matrimonio?, sin duda, eran cuestiones que yo no podría contestar, pero mi sexto sentido me decía que las repuestas las averiguaría yo y por eso debía de ir en su búsqueda y dar el primer paso, romper con el perjuicio de que nosotras no debemos dar nunca el primer paso.

-   Consuelo, pulsé el botón de comunicación interna de manos libres de mi teléfono.
-   Si dígame, Doña María José.
-   Cancele todas las vistas que tengo para esta tarde...
-   Tiene la reunión de INTERSA a las 16’30 horas, media hora más tarde con del Sr. Nespral, a las 18’00 horas con HERFASA, 20’00 horas reunión semanal del despacho, cena a las 22’00 horas con...
-   Cancele todas las visitas.
-   Vale, muy bien procedo, y que excusa quiere que di...
-   No me encuentro bien y debo reencontrarme.
-   ¿Que?
-   Di lo que quieras, ¡vale!.
-   Vale, te pasa algo Maruja, dijo Consuelo algo preocupada en voz bajita para que no la oyeran sus otras compañeras.
-   No, quiero librar esta tarde, quiero que esta tarde sea mía, para mí en exclusiva, llama por favor a Chelo y que se quede con los niños esta noche que no sé a que hora volveré, y muchas gracias Consuelo, un beso.
-   Lo haré, no padezcas.

Tomé el bolso, me enfundé el abrigo y salí del despacho por la puerta de atrás, sin que nadie me viera, ni me hiciera preguntas estúpidas. Subí a mi vehículo que tenía estacionado en la plaza nº 5 del segundo sótano del inmueble y puse rumbo a Torre de Arriba, sobre las cinco de la tarde llegué, apenas ví a dos o tres vecinos que ya retornaban a sus casas tras recoger al ganado de los prados cercanos para terminar las faenas propias diarias.
Las campanas de la torre de la Iglesia replicaban llamando a misa, dos señoras de andar cansino vi que empujaban las hojas de la puerta de madera de la iglesia, en mi anterior visita, a penas tuve tiempo de recorrer las calles y entrar a conocerla, ahora era el momento. Quería conocer el lugar donde él vivía, trabajaba y, en fin, respiraba, mis piernas desde que posé los pies en la aldea se sentían temblorosas como si hiciese mucho que no caminasen.

Entré un poco antes de que comenzara la misa vespertina, miré, observé cada uno de los rincones de la pequeña iglesia, de planta de cruz latina, con una capilla pequeña a la izquierda del altar donde se guardaba el Santísimo, a la derecha no había capilla alguna sólo una imagen de la Inmaculada en la pared blanca, sin duda y desde mi posición el hueco sería ocupado por la sacristía, en la parte posterior de la nave otra capilla pequeña con la pila bautismal frente a la del Santísimo y en el otro ala, una puerta de acceso al coro, en la techumbre en concreto en el ábside observé la fecha de edificación 1.715 grabado a fuego en una de las vigas. Hacía frío, de mi boca salía ese vaho que se produce como consecuencia de la diferencia térmica.

Me senté entre las dos únicas capillas, a la sombra de posibles miradas, necesitaba hablarle, hacía muchos años, tal vez demasiados, que no le hablaba y ahora era un buenísimo momento, sin duda, Él me daría las repuestas que necesitaba.

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En Torre de Arriba, en el mes de adviento del segundo año del siglo XXI


Estimada Maruja:

Aunque conozco alguno de los integrantes de tu despacho, y tú no lo sepas, soy Licenciado en Derecho y estuve ejerciendo durante unos pocos años tú profesión, hasta que me llamaron para desempeñar otros cargos, no me une relación alguna como para que de la noche a la mañana se acuerden de este humilde servidor, así que por exclusión, sólo puedes ser tú la que me ha enviado tan hermosa felicitación navideña, por lo que te doy las gracias de todo corazón.

Hace años, ya muchos, y por mor del destino, uno elige a sus amistades pero no a su familia, vine a este único mundo en el seno de una familia humilde, demasiado, por lo que los sacrificios fueron grandes sobre todo para mi madre. Don Serafín, el maestro de la escuela ya le dijo que yo despuntaba del resto de mis condiscípulos que podía llegar lejos, muy lejos y que la única salida que se me ofrecía era entrar en el seminario donde me instruirían los estudios que mis progenitores no podrían nunca darme. Mi madre, con lágrimas en sus ojos, me entregó una fría mañana de invierno en el seminario menor de Candas de Burriero, a muchos kilómetros de mi casa. El benjamín de la casa, a los ocho años había dejado el seno materno, al que sólo volvía por Navidades y verano. Los padres me dieron lo que en sus manos pudieron ofrecerme, ya que mis conocimientos volvieron a destacar y fueron incapaces de controlarme intelectualmente, por lo que tres años después de mi ingreso me enviaron al seminario mayor de la capital, y como era de suponer un poco más lejos aun de la casa de mis padres, cuyos viajes se ceñían solamente ya al periodo de verano, mi madre se sentía orgullosa de mí, aunque eso de que los curas me tuvieran en sus seminarios como que no le atraía tanto, era creyente, a su manera, pero creía en Dios, lo que no creía era en la Iglesia, en sus estamentos, en las personas que la componían no a todas pero si en su mayoría, nunca entendí estos sus razonamientos, toda vez que, ella apenas había salido de la aldea a la capital, que yo recuerde o sepa, cuando se casó con mi padre, cuando cayó enferma de unas fiebres y cuando me llevó al seminario mayor. Cuanto me gustaba hablar y estar con ella.

Aprendí latín, griego clásico y lenguas modernas como el francés, que era el idioma internacional en aquel momento, con el paso de los tiempos me instruí en el Inglés, Italiano, Alemán y algo de Ruso. Cuando cumplí dieciséis años mi madre falleció de tuberculosis y para mí representó un vacío que aun hoy experimento en mi interior, la noticia me lo comunicó el rector, Don Rafael, aunque todo el claustro lo supo antes, muchos antes de que él me lo dijera. Me levanté de la silla, me acerqué a la ventana, miré al cielo y entre nube y nube vi su cara, ella se despedía de mí. Pedí permiso para ausentarme por unos días y poder asistir a los funerales, pero no me lo concedieron, alegando que el Señor nuestro Dios ya la tenía en su seno, que la noticia estaba fechada por el párroco cuatro días atrás por lo que al entierro no llegaría y los funerales el seminario estaba dispuesto a ofrecerlos esa misma tarde. Sin decir una palabra salí de su suntuoso despacho y me recogí en mi habitación, era un afortunado al contar con una estancia sólo para mí, y todo por ser un aventajado estudiante. Me recosté boca abajo en la cama y lloré, lloré por mi madre y por que no podría despedirme de ella como era mi deseo, y esa misma tarde, como dijo Don Rafael, me ofrecieron una misa funeral, luego una novena, y, cada día que pasaba hasta el día de hoy le ofrezco una parte de mi. Y pasaron los años, mi padre ni se acordaba de mí, de hecho cuando acudía a la casa, yo representaba una boca más que alimentar durante unos días y no era rentable, y mis dos hermanos mayores que ayudaban a nuestro padre en las faenas del campo y del ganado, y cuando llegaban de una dura jornada de trabajo cenaban y se recogían en sus camastros para poder reponer fuerzas para el día siguiente. Don Rafael, diplomático por antonomasia, de exquisito trato me invitó a unirme a la Iglesia, en donde encontraría el amor que dejo mi madre, y que a la postre la Iglesia era ya mi única familia, y hasta cierto punto era verdad, y en donde encontraría la ayuda necesaria para seguir estudiando en aquello que desease, así que tres años más tarde, me ordenaba sacerdote y dos más me licencie en Derecho, entré como pasante de un abogado que tenía mucha relación con Don Rafael, Don Julio MORAN CIFUENTES, me enseñó el derecho en su estado puro, me presentó a muchos compañeros y hasta me animó y me ayudó económicamente para que me colegiara, y así lo hice y ejercí durante tres años con mucho éxito por cierto, hasta que un día el Obispo me llamó a capítulos a su palacio, fui recibido con amabilidad y cortesía, se interesó por mi futuro, de nuevo Don Rafael me apadrinaba, tras una brevísima charla me nombró ayudante suyo, por lo que evidentemente debí de colgar la toga, viajé a Roma, donde por diversos motivos tuve que residir durante largas estancias. Mis visitas al Vaticano eran diarias, y cada vez iba entendiendo más lo que mi madre decía y así se lo hice saber a Don Rafael, el cual me rogaba en sus epístolas que dejara de hablar y criticar las cosas que yo veía, que si estaban era por voluntad Divina y en beneficio de la Iglesia y que sin duda yo veía visiones. Y un día, Don Rafael murió y alguien, así lo supe con el paso de los años, leyó mis cartas y a los pocos días de su óbito fue recalificado a las aldeas más pequeñas que te puedas imaginar hasta llegar a la que tú conoces y todo por la opulencia de un grupo de personas, por decir lo que uno pensaba y muchos igualmente pensaban por ser paladín de causas perdidas.

Entré en crisis, y me abandoné como cuando San Agustín se encontraba antes de abrazar la fe, y conocí el amor de una mujer, Lupe y viví con ella casi un año, quise encontrar el amor de mi madre pero fue inútil, un día, me levanté y me despedí de ella, a continuación me encontraba delante de la puerta del despacho del Obispo, como oveja que se ha perdido y vuelve al redil. Mi conducta no gustó a mi superior jerárquico y fue reconducido a esta parroquia donde nos conocimos y donde vengo asfixiándome desde que te vi descender del vehículo, faltándome el aire cada día desde que te marchaste. Y..., deseo..., deseo decir adiós a un año que se acaba y hola al nuevo que empieza pero no sólo, si no contigo y para el resto de nuestras vidas y dejar mi estado. ¿Aceptas?.

Con todo mi respeto y admiración y con el deseo de que me digas "si", se despide tu seguro servidor.


José.


Sin tiempo a revisar el contenido de la carta, me dirigí por última vez a mi superior jerárquico, exponiendo mi decisión irrevocable de abandonar el seno de la iglesia, que evidentemente no había vuelta a tras, que quería vivir, que me sentía y sentiría hijo de Dios y de la Iglesia de su hijo Jesucristo, pero no de la que año tras año se había corrompido por el poder la opulencia, de los intereses internacionales de reyes y gobiernos, del poder de manipulación de la sin razón, expuse que si por lo que decía e hiciera me excomulgaban eso era simplemente un acto intervivos y no intermortis causa donde sabía que me entendería con Él y solo con Él.

No me dio tiempo a firmar el cese por que debía oficiar el acto litúrgico, y tuve que vestirme, tal vez por última vez y a la carrera.

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No me resulto posible arrodillarme como otrora lo hacia en el colegio, los años no perdonan, y con la cabeza entre mis manos intenté poder conectarme pero no sentía que la línea estuviera libre, debía haber saturación o me quede sin saldo.

De repente, oí el crujir de los bancos de madera donde las tres ancianas se habían sentado, acto seguido oí su voz, mi cuerpo se estremeció, mí corazón comenzó a latir más y más deprisa.

-   Hermanas en el Señor, quiero..., querría decirles,..., pero no, no puedo, esto no sería justo para los que no están presentes, este sermón que tenía preparado para hoy lo traslado para el próximo domingo cuando todos los feligreses que durante estos años han acudido a la cita semanal. En todo caso recuerden que el hijo de Dios, nació en un seno humilde, en circunstancias que hoy en el siglo XXI no serían admisibles por nosotros, sabed que si hoy volviera a nacer, volvería a repetirse la historia, tal vez no fuese crucificado pero que sería ejecutado no lo duden, lo sería. Luchó contra la opulencia, la opresión, pregonó el amor al prójimo como a uno mismo, el amor de todos sin condición de genero, ni raza, amaros los unos a los otros como yo os he amado, por que todos son hijos de Dios y todos somos pares entre pares. Las fundamentales religiones del mundo tienen una raíz común, sí, y lo que pretende el hombre es enfrentarse entre si mismos, sí, Ala y Dios, Mahoma o Jesús levantaran la cabeza o hablaran, se reirían de todos nosotros, recordad Dios esta en todos los sitios y puede comunicar con vosotros de muchas formas, oyendo a alguien ya sea en la radio, en la televisión, en el mercado, en el bar,..., en cualquier lugar, porque es omnipresente y omnipotente.

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-   Gracias Dios mío porque me has escuchado y él te ha oído, te prometo que haré todo lo que este en mis manos para,..., para que sea feliz, muy feliz, que los dos nos realicemos como personas, y siempre estarás con nosotros no lo dudes.

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-   ... podéis ir en paz.

De camino a la Sacristía iba pensando en que tenía que terminar y mandar las cartas por correo, aunque pensándolo bien, hasta mañana no las recogería Fermín, en todo caso no me quiero arrepentirme, las terminó y al buzón.

-   Si, -oí que alguien golpeaba la puerta de la Sacristía-.
-   ¿Se puede?
-   Si,...,  pase -la voz era de mujer,..., y su voz me resulta conocida-.
-   ...

Cara a cara se encontraba a medio desvestir Don Pepe y Maruja, se miraban como si hiciese años, muchos años que no se hubieran visto ni supieran de ellos.

-   Pasa, pasa a mi despacho, me cambio, apago las luces y nos vamos, ¿vale?
-   Vale Don Pepe.
-   No te chotees.
Maruja entró a su despacho y como buena mujer repasó cada rincón de la estancia, y comprobó que él era ordenado, meticuloso y limpio, ni una mota de polvo tenía en ninguna de las estanterías. Se acercó a la mesa y ojeo los papeles que estaban en la mesa a medio terminar, y se puso a leerlos, al rato y cuando hubo terminado, apareció.

Maruja se acercó a Pepe, le miró a los ojos, como pudo ya que las lagrimas brotaban como una fuente, abrió sus labios y de lo más interno de su ser dijo:

-   Gracias Pepe, gracias por tu amo...

La “r” de amor apenas se pudo oír por que ella junto sus labios con los de él, en un beso que fue correspondido.

-   No hace falta que me envíes la carta.
-   Sabes, me pareces un poco indiscreta, -estiro el brazo, tomo de nuevo la pluma y firmo- tómala y date por notificada, yo también te quiero, te quiero desde...

Ella le puso su mano en la boca en señal de que guardara silencio y otro beso de una infinidad firmó el amor.

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Paso el tiempo, la Iglesia acepto su dimisión sin objetar nada, como si se tratase de un favor, Pepe nunca existió para la Iglesia. Durante un año viajaron por todos los confines como aprovechando el tiempo perdido de los dos. Se casaron por lo civil sin ser posible hacerlo por la Iglesia toda vez que Maruja no había acudido a la nulidad eclesiástica, mero formalismo puesto que en Belén, Jerusalén, y en el monte del calvario se casaron a los ojos de Dios, sellando su amor, pero su amor se sellaba todos los días.

Adoptaron a una niña china y a un niño indio, él se volvió a colegiar como Abogado, ella dejo el bufete y entre los dos abrieron un despacho jurídico, por cierto Maruja se llevó de su anterior despacho a su amiga Consuelo, a la que le prohibió llamarla de usted durante toda su vida.




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