Una historia
de un 31 de diciembre de
Por
Francisco Javier CORTINA GÓMEZ
Nota del Autor:
Estas líneas, deberían estar escritas
al final y nunca al principio, pero así soy yo de original, sirvan sólo para
poner en situación y antecedentes al lector, al único lector que espero tener,
Vd.
Finalizado el 30 de diciembre de 2003,
a las 22:52 horas, no recuerdo el lugar, por que fueron muchos donde lo
escribí, con alegres y tristes, muy tristes recuerdos, pero eso se queda en la
mente del que pensó y escribió estos renglones, tal vez algún día escriba una
historia paralela de cómo se escribió esta.
Una recomendación, este cuento, relato
o novela, como quiera Vd. llamarlo, fue escrito y corregido con la banda sonora
de la película “Cinema Paraíso” compuesta y dirigida por Ennio y Andrea
Morricone -tema de d’amore-, vale la pena escuchar y leer a la vez, se sentirá
mejor al final.
Una
historia de un 31 de diciembre de...
Como
cada mañana, introduje la llave en la vieja cerradura de mi despacho, era de
esas llaves grandes, largas y muy pesadas, igual que las que portaban las amas
de llaves en esas viejas películas de terror de castillos encantados. Una vez
dentro, abrí las contraventanas y la luz iluminó la estancia. El día era radiante,
soleado, y frío, muy, muy frío, no podía esperarse otra cosa en el ya entrado
otoño y casi inminente invierno, y con el abrigo aun puesto, y abrochado hasta
el cuello, hice lo propio con las ventanas para que se ventilara la habitación.
No me llevó mucho tiempo por que tampoco era muy grande el espacio; mientras,
recargué la estufa con unos troncos que tenía apilados y la encendí, el
crepitar de la madera seca que se iba quemando reverberó por las cuatro
paredes.
No
tenía trabajo, y de eso ya hacia mucho, apenas un par de cartas a unos vecinos
de la aldea de al lado en demanda de peticiones de otros de mi aldea y la
redacción de un desiderátum al superior jerárquico que sin duda caería en saco
roto como tantos y tantos otros, pero yo seguía, no cejaba en el intento de
conseguir lo que una vez me propuse. Visitas, no tenía anunciada ninguna, y sin
duda con la desapacible temperatura matutina estaría en la más absoluta
soledad. Levanté el pesado auricular de baquelita de mi teléfono negro, un
General Electric, para confirmar que aun tenía línea con el exterior y que no
me la habían cortado; alguna que otra vez, la superioridad se olvidaba y me
cortaban la línea por impago de las facturas -no piensen que eran elevadas, la
cuota mensual y dos o tres llamadas a la ciudad por semana, en términos
parroquiales el cafetín de la semana-, pero unas súplicas bien dramatizadas por
mi parte, y rápidamente volvía a estar comunicado, por lo menos dos meses más,
inculpaban eso sÍ a las pobres “Matildes”, jugaban conmigo y ahora después de
muchos años yo también jugaba a su juego, aducían también problemas
informáticos el “virus” de turno, ahora hasta el tractor de Manolín también
tiene virus según su mecánico.
La
puerta de la antesala chirrió debido a lo oxidado que estaban sus goznes...,
algún día les inyectaré aceite, pensé para mis adentros mientras sonreía, pero
primero tendría que acordarme antes de cogerlo de la cocina de casa.
- ¿Don
Pepe, se puede?
- Claro,
como no, adelante... ¡Hombre Fermín, buenos días!, pero acérquese, acérquese a
la estufa y cierre la puerta, que hoy hace un frío de ese que penetra en los
huesos; repóngase y dígame, ¿a que debo su visita?.
- Gracias.
Como he visto que ya había venido, le entrego esta carta de formas tan raras.
- Si,
si que es verdad, -Fermín era el cartero del entorno, muy buena gente, jubilado
de derecho pero no de hecho, seguía desempeñando sus funciones por que si no
sin duda se hubiera muerto desde el primer día que lo botaron con honores-,
alguna felicitación, sin duda, pensé rápidamente...
- Alguna
¿que?
- Felicitación
Fermín, de las de Navidad, ¿no las ha visto nunca...?
- Si,
si, claro que si, en el Bar del Fulge, las pone en un estante, los de las
cervezas, los refrescos, la de los suministradores, pero,..., no tienen esa
forma.
- Pues
si, no es muy ortodoxa, y además no lleva remite, que curioso y divertido
resulta ahora que todo el mundo le gusta presumir en sus envíos,..., en fin.
- Bueno
Don Pepe, le dejo, -dijo tras un largo silencio y sobre todo ante mi pasividad
y falta de curiosidad de quien me podía mandar tan extraña felicitación- que
Vd. tendrá cosas que hacer y yo aun tengo que ir a la Llosa de Aquilino que
esta un poco lejos como bien sabe.
- Adiós
pues y muchas gracias, nos vemos cuando quiera, ¿tal vez el domingo?.
- No
se Don Pepe, no se..., adiós, -no lo veía, nunca lo veía, tal vez algún
día...-.
Dejé
las dos cosas y únicas que tenía entre manos y antes de abrir el sobre lo
examine concienzudamente. Le di ciento y una vueltas, y lo único que averigüé
es que venía de la capital, y de eso hacia ya tres días según indicaba el
matasellos, así el abrecartas del cubilete y lo introduje con delicadeza en uno
de los extremos superiores y fui desgarrando poco a poco el sobre dejando que ese sonido impregnase el silencioso
ambiente.
Se
trataba de una felicitación navideña, así que acerté en mis pensamientos
preliminares. Antes aun recibía muchas o más bien alguna, ahora ya ninguna,
bueno la de la superioridad como no iba a ser menos. Se que los ordenadores
eran capaces de enviar felicitaciones por lo que llamaban Internet, algo de lo
que sabía más bien poco, por no decir nada, pero en mi oficio debía conocer de
todo y al final no saber de nada. Era de color azul marino, de cartulina, con
ribetes o adornos en espiral plateados y una ventanuca con unos guarismos
arábicos que a simple vista parecían desordenados pero que representan el
próximo año, esto en su anverso; ya que en el reverso, figuraba el que
supuestamente la había diseñado y una serie de números sin sentido alguno, por
lo menos para mí.
•
• •
- Maruja,
te llama tu compañero Pedro Forrita.
- Consuelo,
Consuelo por favor, ¿cuantas veces te he dicho,..., que no me tutes?, -levanté
el tono de mi voz-, ya sabes que en este bufete no se permiten estas
confianzas,... -sinceramente no quería que le llamaran la atención-.
- Mujer,
no me hago a la idea, nos conocemos desde niñas y es cierto que me conseguiste
este trabajo y no sabes tu cuanto te lo agradezco, pero,...
- ...
si, pero ya fuiste informada desde el primer día de las normas que aquí rigen
-estúpidas normas, el trabajo no se demuestra llamando a otro de usted, pero son
normas y no impuestas por mí, y lo que más rabia me daba es que efectivamente
conocía a Consuelo desde que éramos niñas del parque que ambas teníamos frente
a nuestras respectivas casas-.
- Vale
me esforzaré más Doña Maruja,
- ...
mal, refunfuñe, pero mejor. Y la otra cosa, no me pases más llamadas hasta
nuevo aviso.
- Ok.
La
conversación me llevó media hora larga, entre la mala leche y tirantez inicial,
denominador común entre compañeros para que luego tras el lanzamientos de
flechas envenenadas y más distendidos reconozcamos que nuestros clientes lo
único que se merecen es la minuta. Yo siempre dejaba hablar, por la boca muere
el pez, pensaba siempre, pero ya sabemos que cuando el dinero llama a la puerta
y hay que repartirlo, un pleito se avecina, pero estábamos en vías de una
transacción, desde hacia un mes largo. Ese era mi “Don” y para eso me ficharon
en la firma, por mi poder de arreglar asuntos, por muy difíciles que fuesen.
También es cierto, que mis emolumentos giraban entorno a lo que ganaban mis
clientes, por que aunque tuviesen que pagar, sin duda era menos de lo que en
Sentencia podían llegar a ser condenados e inversamente igualmente si eran los
que cobraban pues aun perdiendo ganaban al hacerlo efectivo en un breve espacio
de tiempo. Me gustaba lo que hacía, echaba pulsos a los hombres en la mayoría
de las veces, algo que sólo sabían hacer con los de su genero y no con los del
mío en los que se sentían violentos, a la postre me resultaba más fácil y
divertido tratar con ellos que con ellas.
Pero
ahora, quería dedicarme a lo que por esas fechas hacia todos los años, y cada
vez me resultaba más tediosa dicha labor, sin duda por que cada vez era más y
más larga la lista, crecía y crecía y por ende debía dedicarle más tiempo, este
sería el último -me dije-, el próximo un E. Mail colectivo y “santas pascuas”,
mejor dicho imposible, -pero esto ya lo pensé el pasado y el anterior, y el
anterior del anterior, así que el próximo haré lo propio y seguiré quejándome-.
Delante
de mí, tenía tres montones uno de felicitaciones colectivas del despacho, otro
de sobres y un tercero con sellos. A todas y cada una de las felicitaciones les
dedique una frase, unas letras, en muchos casos idénticas, la inventiva e
improvisación para estos quehaceres me era muy limitada.
Tras
casi una hora de estrujarme mi cabeza, reconté..., estaban todas,..., ¡no!, me
falta una, -exclame en una voz tal alta que hice retumbar todo el despacho-.
Sí, me faltaba una, una felicitación que quería enviar, simplemente enviar, a
alguien que me trasmitió la paz que necesitaba desde hacía ya unos meses.
Lo
conocí con motivo de unos cursos o charlas que impartí por encargo del Circulo
de la Amistad, y que debido al éxito alcanzado, tuve que hacer una pequeña gira
por la provincia -hacer bolos como dirían en el argot del teatro-. Ahora meses
después reconozco que me fue bien ya que me había separado de Ernesto -gracias
a Dios civilizadamente, con cariño, con otro cariño que el demostrado hasta ese
momento-, y eso me dejó muy machacada anímicamente tras dieciocho años de
matrimonio y dos hijos de diecisiete y quince años, porque otra vez tenía que
“volver a empezar”, pero a empezar desde cero. Me quedé con nuestros hijos, que
no son sólo míos si no también de él, pero como es habitual en estos asuntos el
libre y yo responsable de ellos, pero era madre y doy gracias cada día por que
lo seré durante toda mi vida. Inicialmente no lo tomaron muy bien, estaban,
están en esa edad que ya no son niños ni son adultos, pero nos respetaron
sabían que ganarían con su nuevo estatus, sacarían partido y tajada de su padre
y porqué no, de mí. Por eso esas charlas me sirvieron para pensar, repensar
sobre mi vida pasada, sobre mi vida presente y el motivo de seguir hacia
delante; antes era yo, pero éramos cuatro, ahora éramos tres y uno, fin de
semana sí, fin de semana no.
Y
allí, en Torre de Arriba, en la última charla programada para ese año lo
conocí, se encargó de organizar el lugar de la charla y llamar a la gente que
pudiera estar interesada, sobre todo a señoras que era fundamentalmente el
público al que estaban dirigidas mis conferencias. ¡Que persona!. Llegué a la
hora de la comida y ya me estaba esperando, me dio dos besos que aun hoy
retumban en mi cerebro y siento en mis mejillas, si mediar más palabras que las
normales de me llamo..., ¿ha tenido buen viaje?,...,..., me cogió del brazo con
firmeza pero con exquisita delicadeza, nunca Ernesto me tomo así, y si lo hizo
en alguna ocasión ahora, en ese preciso momento no lo recordaba, y me llevo a
la posada del pueblo de un tal Fulge y que a la vez tenía el monopolio de
expedición de bebidas y cafés y de improvisado local de reuniones de vecinos
desde la salida del sol hasta bien entrado el ocaso, ya que era el único bar y
colmado del pueblo. Me invitó a una suculenta comida, y hable y hable como
nunca lo había lo había hecho, y él sentado frente a mí simplemente me
escuchaba. Tan es así que, sin darme cuenta o mejor dicho sin darnos cuenta,
nos sacaron de ese trance, de ese momento, de ese lugar donde nos
encontrábamos, para indicarnos que la charla debía comenzar en diez minutos,
eran ya casi las siete de la tarde y había arribado sobre la una.
Me
quede sola, sola detrás de una pequeña mesa que me habían instalado encima de
un escenario para la conferencia, él me presentó y tras ello se acomodo a mitad
de la sala dejándome sola, unas treinta personas acudieron pero le dedique la
charla solo a él, él no paraba de sonreírme. Tras dos horas encerrada en la
sala y de responder a las preguntas que me fueron formuladas, di por concluida
mi intervención, la gente me agradeció mi visita y me obsequiaron con una cesta
de productos del lugar que acepte a regañadientes pero entre dientes,
verdaderamente me sentía agasajadísima.
Cenamos
en el Bar de Fulge, y yo seguía hablando y hablando y él escuchando y
escuchando, el dueño cuando sonaron las doce campanadas, y como el cuento de
Cenicienta, nos invito educadamente para abandonar su local, dando por
finalizado el baile, puesto que tenía que cerrar. Por mi parte, debía volver
puesto que tenía una reunión con un cliente a primera hora de la mañana. Me
acompañó al coche y me estrechó la mano que no se la hubiera devuelto nunca, me
hubiera gustado besarle, sentir el roce de sus labios con los míos, sentir su
respiración en mi oído y el latir de su corazón contra mi corazón, pero me
reprimí o tal vez nos reprimimos, éramos, somos, de esa generación que actúa en
estas materias sobre seguro, sin riesgos, por eso en muchas ocasiones nunca
cruzamos muchos ríos que se nos presentan en la vida.
De
todo esto hace ya dos semanas, y tengo ganas de verlo, de estar con él. Pero
ahora no sabía que poner, no se si debido a su estado o a que..., pero no me
atreví a nada más que a rubricarlo, lo introduje en el sobre, le pegue un sello
y le di un beso y la puse encima del montón. A continuación comunique con
Consuelo para que los enviara por correo.
•
• •
De
quien será, de quien será, me repetía una y otra vez, al final abrí la
felicitación, la firma de un despacho de abogados y caramba, caramba un texto
bíblico de Isaías, capitulo XXXII, versículos XV a XVII: “Entonces el
desierto se convertirá en un vergel y el vergel parecerá un bosque; morará en
el desierto el derecho, y en el vergel habitará la justicia; el fruto de la
justicia será la paz y del derecho brotará la calma y seguridad perpetua”,
acertada elección -según las traducciones o ediciones, la mía el contenido era
el mismo pero con otras palabras- la cita denotaba conocimientos religiosos,
bíblicos hoy al borde del desuso, del olvido, con pinceladas mundanas en el
sentido espiritual, esto es apta para creyentes y no creyentes, incluso ateos,
de marcado carácter aconfesional, muy apropiado a un bufete de abogados.
Una
solitaria rúbrica, con trazos nerviosos con apenas continuidad y sin identidad
que delatase su procedencia aunque, a renglón seguido, averigüé quién era su
remitente, la segunda de cuatro, sin lugar a dudas, se trataba de ella. Por
unos instantes, cerré los ojos y la vi salir de su vehículo, de su cara y de
sus risas durante la comida y su brillante exposición en la conferencia, de su
compañía en la cena y de la ráfaga de aire fresco, helador, que cruzó nuestras
caras cuando ya en su coche nos dijimos adiós. Nunca pude imaginar que se
fijara en mi hasta el extremo de mandarme una felicitación de navidad, aunque
la misma no contuviera ninguna anotación, lo que si que creo es que el pasaje
bíblico fue de su cosecha, en parte me lo dedicaba a mi y por otra parte lo
daba a conocer al resto del mundo, con el mensaje de que la Biblia no es sólo
para los creyentes, sino que está abierta para todo el mundo.
Recuerdo
casi toda la conversación, los problemas de su separación, de que habían sido
muchos años dedicados a él y a sus hijos, y muy pocos, por no decir ninguno,
dedicados a ella. Se encontraba desnuda, desprotegida dispuesta a un “volver a
empezar” a volver a escribir su vida o lo que aun tenía que vivir, que era
mucho, me dijo que estas Navidades eran las primeras, que la primera parte
estaría con sus hijos y para fin de año estaría sola. Soledad que le aterraba
aunque no lo reconocía, la disfrazaba argumentando que sus hijos eran cuestión
de su padre en la noche de fin de año, pero tenía miedo, mucho miedo a la
soledad, a las insistencias previas de esa noche para que fuera a cenar con
unos y con otros, las “ONG’s” de los amigos que lo hacen por bien y resultan
empalagosos o de la familia que se muerde los labios para no decir “si a mi él no me gustó nunca, su arrogancia
y altanería me resultaban insoportables, no sé como pudiste casarte con él”
y ella decía -que me lo digan, que me lo digan que les responderé, pero nadie
se lo diría por que nadie se atrevería y de las llamadas a partir de las doce
de la noche que cruel sufrimiento para los que están lejos y para los que están
solos, otra vez la soledad planeaba por su cabeza.
Yo la oía, me
gustaba su voz, su timbre, su conversación, en fin su verbo, yo por mi parte
podría haberle dado consejos pero como yo conocía lo que era la soledad, mi
soledad, mi soledad interior, por que hacia fuera, no estamos solos, cuando a
la postre es al revés. Ella tenía que superarla costase lo que costase. Cuanto
daría por estar con ella antes y después de noche vieja, pensé una y otra vez,
pero ¿quien era yo?,..., vecino de una pequeña aldea o parroquia como gustaba
ser llamada por los lugareños, recluido a la fuerza por mi superioridad,
encarcelado, mofado, vilipendiado, por decir lo que otros no se atrevían, por
pensar en voz alta, en fin, verdades como puños, que otros no querían oír, y
que otrora hicieran lo propio y tal vez más alto, pero ahí están, parece que se
han olvidado de cómo llegaron, de lo que hicieron, y, por mi parte con una
vasta formación no era nada en mi entorno, con las cosas que podía hacer y no
en mi beneficio, sino en el de la colectividad tal como me enseñaron y por lo
que siempre había luchado. A esto, uno la crisis de los cuarenta pero de los
cuarenta pasados, pero de los cuarenta, el examen de conciencia que uno se
hace, del balance de situación, que arroja como resultado esa línea que
desaparece por debajo del cero, que se sale del marco, pero debía seguir hacia
adelante por que aunque me sentía sólo, estaba rodeado de personas que me
necesitaban más aun, de mi ayuda y consuelo, aunque luego se iban y si te he
visto no me acuerdo, lo que digo, solo y muy solo, por eso sabía lo que
pensaba, Maruja, la entendía pero debía ser ella la que lo entendiera.
•
• •
No
se que hacer, me preguntaba cada día desde que le envié la carta, ¿lo voy a ver
o no?, al principio solamente lo pensaba acto seguido recordaba su estado y
rápidamente lo olvidaba pero cada día se fue haciendo más y más obsesivo, hasta
el punto que sólo tenía ojos para él, había rejuvenecido retornando a mis
quince años, a los tiempos en que conocí a Ernesto, rememoré mi primer beso, en
el que me temblaron hasta las tuercas de mis pendientes, si, si debía visitarlo
no darle tregua al desasosiego de la desazón que su estado me impregnaba, debía
superarlo, evidentemente yo, pero ¿y él, podría?, ¿sería capaz ser infiel a si
mismo a lo que su estatus representa dentro de su entorno, a su matrimonio?,
sin duda, eran cuestiones que yo no podría contestar, pero mi sexto sentido me
decía que las repuestas las averiguaría yo y por eso debía de ir en su búsqueda
y dar el primer paso, romper con el perjuicio de que nosotras no debemos dar
nunca el primer paso.
- Consuelo,
pulsé el botón de comunicación interna de manos libres de mi teléfono.
- Si
dígame, Doña María José.
- Cancele
todas las vistas que tengo para esta tarde...
- Tiene
la reunión de INTERSA a las 16’30 horas, media hora más tarde con del Sr.
Nespral, a las 18’00 horas con HERFASA, 20’00 horas reunión semanal del
despacho, cena a las 22’00 horas con...
- Cancele
todas las visitas.
- Vale,
muy bien procedo, y que excusa quiere que di...
- No
me encuentro bien y debo reencontrarme.
- ¿Que?
- Di
lo que quieras, ¡vale!.
- Vale,
te pasa algo Maruja, dijo Consuelo algo preocupada en voz bajita para que no la
oyeran sus otras compañeras.
- No,
quiero librar esta tarde, quiero que esta tarde sea mía, para mí en exclusiva,
llama por favor a Chelo y que se quede con los niños esta noche que no sé a que
hora volveré, y muchas gracias Consuelo, un beso.
- Lo
haré, no padezcas.
Tomé
el bolso, me enfundé el abrigo y salí del despacho por la puerta de atrás, sin
que nadie me viera, ni me hiciera preguntas estúpidas. Subí a mi vehículo que
tenía estacionado en la plaza nº 5 del segundo sótano del inmueble y puse rumbo
a Torre de Arriba, sobre las cinco de la tarde llegué, apenas ví a dos o tres
vecinos que ya retornaban a sus casas tras recoger al ganado de los prados
cercanos para terminar las faenas propias diarias.
Las campanas
de la torre de la Iglesia replicaban llamando a misa, dos señoras de andar
cansino vi que empujaban las hojas de la puerta de madera de la iglesia, en mi
anterior visita, a penas tuve tiempo de recorrer las calles y entrar a
conocerla, ahora era el momento. Quería conocer el lugar donde él vivía,
trabajaba y, en fin, respiraba, mis piernas desde que posé los pies en la aldea
se sentían temblorosas como si hiciese mucho que no caminasen.
Entré
un poco antes de que comenzara la misa vespertina, miré, observé cada uno de los
rincones de la pequeña iglesia, de planta de cruz latina, con una capilla
pequeña a la izquierda del altar donde se guardaba el Santísimo, a la derecha
no había capilla alguna sólo una imagen de la Inmaculada en la pared blanca,
sin duda y desde mi posición el hueco sería ocupado por la sacristía, en la
parte posterior de la nave otra capilla pequeña con la pila bautismal frente a
la del Santísimo y en el otro ala, una puerta de acceso al coro, en la
techumbre en concreto en el ábside observé la fecha de edificación 1.715
grabado a fuego en una de las vigas. Hacía frío, de mi boca salía ese vaho que
se produce como consecuencia de la diferencia térmica.
Me
senté entre las dos únicas capillas, a la sombra de posibles miradas,
necesitaba hablarle, hacía muchos años, tal vez demasiados, que no le hablaba y
ahora era un buenísimo momento, sin duda, Él me daría las repuestas que
necesitaba.
•
• •
En Torre de Arriba, en el mes de
adviento del segundo año del siglo XXI
Estimada Maruja:
Aunque conozco alguno de los integrantes
de tu despacho, y tú no lo sepas, soy Licenciado en Derecho y estuve ejerciendo
durante unos pocos años tú profesión, hasta que me llamaron para desempeñar
otros cargos, no me une relación alguna como para que de la noche a la mañana
se acuerden de este humilde servidor, así que por exclusión, sólo puedes ser tú
la que me ha enviado tan hermosa felicitación navideña, por lo que te doy las
gracias de todo corazón.
Hace años, ya muchos, y por mor del
destino, uno elige a sus amistades pero no a su familia, vine a este único
mundo en el seno de una familia humilde, demasiado, por lo que los sacrificios
fueron grandes sobre todo para mi madre. Don Serafín, el maestro de la escuela
ya le dijo que yo despuntaba del resto de mis condiscípulos que podía llegar lejos,
muy lejos y que la única salida que se me ofrecía era entrar en el seminario
donde me instruirían los estudios que mis progenitores no podrían nunca darme.
Mi madre, con lágrimas en sus ojos, me entregó una fría mañana de invierno en
el seminario menor de Candas de Burriero, a muchos kilómetros de mi casa. El
benjamín de la casa, a los ocho años había dejado el seno materno, al que sólo
volvía por Navidades y verano. Los padres me dieron lo que en sus manos
pudieron ofrecerme, ya que mis conocimientos volvieron a destacar y fueron
incapaces de controlarme intelectualmente, por lo que tres años después de mi
ingreso me enviaron al seminario mayor de la capital, y como era de suponer un
poco más lejos aun de la casa de mis padres, cuyos viajes se ceñían solamente
ya al periodo de verano, mi madre se sentía orgullosa de mí, aunque eso de que
los curas me tuvieran en sus seminarios como que no le atraía tanto, era
creyente, a su manera, pero creía en Dios, lo que no creía era en la Iglesia,
en sus estamentos, en las personas que la componían no a todas pero si en su
mayoría, nunca entendí estos sus razonamientos, toda vez que, ella apenas había
salido de la aldea a la capital, que yo recuerde o sepa, cuando se casó con mi
padre, cuando cayó enferma de unas fiebres y cuando me llevó al seminario
mayor. Cuanto me gustaba hablar y estar con ella.
Aprendí latín, griego clásico y lenguas
modernas como el francés, que era el idioma internacional en aquel momento, con
el paso de los tiempos me instruí en el Inglés, Italiano, Alemán y algo de
Ruso. Cuando cumplí dieciséis años mi madre falleció de tuberculosis y para mí
representó un vacío que aun hoy experimento en mi interior, la noticia me lo
comunicó el rector, Don Rafael, aunque todo el claustro lo supo antes, muchos
antes de que él me lo dijera. Me levanté de la silla, me acerqué a la ventana,
miré al cielo y entre nube y nube vi su cara, ella se despedía de mí. Pedí
permiso para ausentarme por unos días y poder asistir a los funerales, pero no
me lo concedieron, alegando que el Señor nuestro Dios ya la tenía en su seno,
que la noticia estaba fechada por el párroco cuatro días atrás por lo que al
entierro no llegaría y los funerales el seminario estaba dispuesto a ofrecerlos
esa misma tarde. Sin decir una palabra salí de su suntuoso despacho y me recogí
en mi habitación, era un afortunado al contar con una estancia sólo para mí, y
todo por ser un aventajado estudiante. Me recosté boca abajo en la cama y
lloré, lloré por mi madre y por que no podría despedirme de ella como era mi
deseo, y esa misma tarde, como dijo Don Rafael, me ofrecieron una misa funeral,
luego una novena, y, cada día que pasaba hasta el día de hoy le ofrezco una
parte de mi. Y pasaron los años, mi padre ni se acordaba de mí, de hecho cuando
acudía a la casa, yo representaba una boca más que alimentar durante unos días
y no era rentable, y mis dos hermanos mayores que ayudaban a nuestro padre en
las faenas del campo y del ganado, y cuando llegaban de una dura jornada de
trabajo cenaban y se recogían en sus camastros para poder reponer fuerzas para
el día siguiente. Don Rafael, diplomático por antonomasia, de exquisito trato
me invitó a unirme a la Iglesia, en donde encontraría el amor que dejo mi
madre, y que a la postre la Iglesia era ya mi única familia, y hasta cierto
punto era verdad, y en donde encontraría la ayuda necesaria para seguir
estudiando en aquello que desease, así que tres años más tarde, me ordenaba
sacerdote y dos más me licencie en Derecho, entré como pasante de un abogado
que tenía mucha relación con Don Rafael, Don Julio MORAN CIFUENTES, me enseñó
el derecho en su estado puro, me presentó a muchos compañeros y hasta me animó
y me ayudó económicamente para que me colegiara, y así lo hice y ejercí durante
tres años con mucho éxito por cierto, hasta que un día el Obispo me llamó a
capítulos a su palacio, fui recibido con amabilidad y cortesía, se interesó por
mi futuro, de nuevo Don Rafael me apadrinaba, tras una brevísima charla me
nombró ayudante suyo, por lo que evidentemente debí de colgar la toga, viajé a
Roma, donde por diversos motivos tuve que residir durante largas estancias. Mis
visitas al Vaticano eran diarias, y cada vez iba entendiendo más lo que mi
madre decía y así se lo hice saber a Don Rafael, el cual me rogaba en sus
epístolas que dejara de hablar y criticar las cosas que yo veía, que si estaban
era por voluntad Divina y en beneficio de la Iglesia y que sin duda yo veía
visiones. Y un día, Don Rafael murió y alguien, así lo supe con el paso de los
años, leyó mis cartas y a los pocos días de su óbito fue recalificado a las
aldeas más pequeñas que te puedas imaginar hasta llegar a la que tú conoces y
todo por la opulencia de un grupo de personas, por decir lo que uno pensaba y
muchos igualmente pensaban por ser paladín de causas perdidas.
Entré en crisis, y me abandoné como
cuando San Agustín se encontraba antes de abrazar la fe, y conocí el amor de
una mujer, Lupe y viví con ella casi un año, quise encontrar el amor de mi
madre pero fue inútil, un día, me levanté y me despedí de ella, a continuación
me encontraba delante de la puerta del despacho del Obispo, como oveja que se
ha perdido y vuelve al redil. Mi conducta no gustó a mi superior jerárquico y
fue reconducido a esta parroquia donde nos conocimos y donde vengo asfixiándome
desde que te vi descender del vehículo, faltándome el aire cada día desde que
te marchaste. Y..., deseo..., deseo decir adiós a un año que se acaba y hola al
nuevo que empieza pero no sólo, si no contigo y para el resto de nuestras vidas
y dejar mi estado. ¿Aceptas?.
Con todo mi respeto y admiración y con
el deseo de que me digas "si", se despide tu seguro servidor.
José.
Sin
tiempo a revisar el contenido de la carta, me dirigí por última vez a mi
superior jerárquico, exponiendo mi decisión irrevocable de abandonar el seno de
la iglesia, que evidentemente no había vuelta a tras, que quería vivir, que me
sentía y sentiría hijo de Dios y de la Iglesia de su hijo Jesucristo, pero no
de la que año tras año se había corrompido por el poder la opulencia, de los
intereses internacionales de reyes y gobiernos, del poder de manipulación de la
sin razón, expuse que si por lo que decía e hiciera me excomulgaban eso era
simplemente un acto intervivos y no intermortis causa donde sabía que me
entendería con Él y solo con Él.
No
me dio tiempo a firmar el cese por que debía oficiar el acto litúrgico, y tuve
que vestirme, tal vez por última vez y a la carrera.
•
• •
No
me resulto posible arrodillarme como otrora lo hacia en el colegio, los años no
perdonan, y con la cabeza entre mis manos intenté poder conectarme pero no
sentía que la línea estuviera libre, debía haber saturación o me quede sin
saldo.
De
repente, oí el crujir de los bancos de madera donde las tres ancianas se habían
sentado, acto seguido oí su voz, mi cuerpo se estremeció, mí corazón comenzó a
latir más y más deprisa.
- Hermanas
en el Señor, quiero..., querría decirles,..., pero no, no puedo, esto no sería
justo para los que no están presentes, este sermón que tenía preparado para hoy
lo traslado para el próximo domingo cuando todos los feligreses que durante
estos años han acudido a la cita semanal. En todo caso recuerden que el hijo de
Dios, nació en un seno humilde, en circunstancias que hoy en el siglo XXI no
serían admisibles por nosotros, sabed que si hoy volviera a nacer, volvería a
repetirse la historia, tal vez no fuese crucificado pero que sería ejecutado no
lo duden, lo sería. Luchó contra la opulencia, la opresión, pregonó el amor al
prójimo como a uno mismo, el amor de todos sin condición de genero, ni raza,
amaros los unos a los otros como yo os he amado, por que todos son hijos de
Dios y todos somos pares entre pares. Las fundamentales religiones del mundo
tienen una raíz común, sí, y lo que pretende el hombre es enfrentarse entre si
mismos, sí, Ala y Dios, Mahoma o Jesús levantaran la cabeza o hablaran, se
reirían de todos nosotros, recordad Dios esta en todos los sitios y puede
comunicar con vosotros de muchas formas, oyendo a alguien ya sea en la radio,
en la televisión, en el mercado, en el bar,..., en cualquier lugar, porque es
omnipresente y omnipotente.
•
• •
- Gracias
Dios mío porque me has escuchado y él te ha oído, te prometo que haré todo lo
que este en mis manos para,..., para que sea feliz, muy feliz, que los dos nos
realicemos como personas, y siempre estarás con nosotros no lo dudes.
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• •
- ...
podéis ir en paz.
De
camino a la Sacristía iba pensando en que tenía que terminar y mandar las
cartas por correo, aunque pensándolo bien, hasta mañana no las recogería
Fermín, en todo caso no me quiero arrepentirme, las terminó y al buzón.
- Si,
-oí que alguien golpeaba la puerta de la Sacristía-.
- ¿Se
puede?
- Si,..., pase -la voz era de mujer,..., y su voz me
resulta conocida-.
- ...
Cara
a cara se encontraba a medio desvestir Don Pepe y Maruja, se miraban como si
hiciese años, muchos años que no se hubieran visto ni supieran de ellos.
- Pasa,
pasa a mi despacho, me cambio, apago las luces y nos vamos, ¿vale?
- Vale
Don Pepe.
- No
te chotees.
Maruja
entró a su despacho y como buena mujer repasó cada rincón de la estancia, y
comprobó que él era ordenado, meticuloso y limpio, ni una mota de polvo tenía
en ninguna de las estanterías. Se acercó a la mesa y ojeo los papeles que
estaban en la mesa a medio terminar, y se puso a leerlos, al rato y cuando hubo
terminado, apareció.
Maruja
se acercó a Pepe, le miró a los ojos, como pudo ya que las lagrimas brotaban
como una fuente, abrió sus labios y de lo más interno de su ser dijo:
- Gracias
Pepe, gracias por tu amo...
La
“r” de amor apenas se pudo oír por que ella junto sus labios con los de él, en
un beso que fue correspondido.
- No
hace falta que me envíes la carta.
- Sabes,
me pareces un poco indiscreta, -estiro el brazo, tomo de nuevo la pluma y
firmo- tómala y date por notificada, yo también te quiero, te quiero desde...
Ella
le puso su mano en la boca en señal de que guardara silencio y otro beso de una
infinidad firmó el amor.
•
• •
Paso
el tiempo, la Iglesia acepto su dimisión sin objetar nada, como si se tratase
de un favor, Pepe nunca existió para la Iglesia. Durante un año viajaron por
todos los confines como aprovechando el tiempo perdido de los dos. Se casaron
por lo civil sin ser posible hacerlo por la Iglesia toda vez que Maruja no
había acudido a la nulidad eclesiástica, mero formalismo puesto que en Belén,
Jerusalén, y en el monte del calvario se casaron a los ojos de Dios, sellando
su amor, pero su amor se sellaba todos los días.
Adoptaron
a una niña china y a un niño indio, él se volvió a colegiar como Abogado, ella
dejo el bufete y entre los dos abrieron un despacho jurídico, por cierto Maruja
se llevó de su anterior despacho a su amiga Consuelo, a la que le prohibió
llamarla de usted durante toda su vida.
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