UN ENCUENTRO, UNA NOCHE, UNA VIDA
Su cara reflejaba la seriedad personificada, cargada de un
halo de amargura, sin sentimientos, tal vez y sin duda alguna, por que la vida no lo
había tratado con el cariño que él hubo esperado o le hubieran prometido en su
ya lejana juventud. Inundado de arrugas, arrugas profundas, a modo de
pentagramas que reflejaban historias vividas amargamente.
Vestía pantalón gris y camisa blanca, abrigo de tres
cuartos, de igual color y zapatos negros, relucientes, impecables, con dobles
o, mejor dicho, triples medias suelas. Entró por la puerta giratoria del Gran
Café, y como era su costumbre se sentó en la última mesa mirando hacia la
puerta principal, cercana a la entrada de la cocina, desde allí podía observar
sin ser observado.
Manolín
nada más verlo, le sonrió mientras se dirigía a la cafetera de plata que
presidía el local, con un rápido y diestro giro de muñecas asió el mango negro
de baquelita y extrajo el cubículo, vació el contenido del pretérito encargo en
el cajón y con dos golpes debajo de la tolva del molinillo de café y ejerciendo una
presión para compactarlo, lo volvió a introducir en la cafetera, bajó la palanca
con ayuda de las dos manos e instantes después el negro liquido se iba
depositando en una taza de loza blanca con igual velocidad con la que volvía la
palanca a su estado originario. Manolín, el camarero y no el único del local,
posó la taza humeante en un plato junto a una cucharilla y un paquete de
terrones de azúcar en la bandeja y al lado el periódico “El Nuevo Día”, prensa
local cuasi independiente, como sí en este país y en los años pasados e incluso
en los presentes hubiera algo por lo menos cuasi independiente. En tres pasos,
Manolín le sirvió el habitual pedido.
-
Buenos días, don Fernando.
- Manolín, ... –titubeó, con una
voz grave-. .....¿Cuántos años me vienes sirviendo lo mismo, mañana tras mañana, sin
que me dieras opción a pedir otra cosa?, –le espetó al fin sin corresponder al
saludo inicial-.
-
Desde ...... –vaciló por la
sorpresiva pregunta del huraño cliente-, el día 18 de julio de 1940, cuando
entré a trabajar en este establecimiento, de eso ya han pasado más de 40 años
–envalentonado prosiguió con la perorata-. ¿Recuerda a Rodolfo?, cuando usted
esa mañana entró me dijo con la solemnidad que le caracterizaba y mientras se
mesaba su mostacho al nuevo aprendiz que era yo: –Guaje, en cuanto veas asomar
a don Fernando de la Mesta y García Muñiz, erudito donde los halla, maestro de
ineptos que han subido con la espuma de la leche y que no se han acordado de
él, prepárale un café, un café sólo, pero café del bueno, sin aditivos, ya me
entiendes, y la prensa del día, esa que todavía no ha sido leída por nadie, y,
nunca, te repito, nunca, se te ocurra molestarle ni importunarle; y así desde
ese día vengo sirviéndole lo que nunca me pidió, ni me ha pedido.
-
Lo recuerdo perfectamente. ¿Y
qué fue de Rodolfo?
- Se jubiló, hace unos cinco
años. ¿Lo recuerda? No, como lo va a recordar, si nos enteramos que se jubilaba
al día siguiente al notar su ausencia. Hoy por hoy vive en Pola de Siero, con
su esposa, en una casa que heredó de un tío, hermano de su padre, porque, sabe,
él era “Polesu” y además que presumía de ello.
- Por cierto, ¿sabe que es la
primera vez que hablamos?. En todos estos años, he querido hablar con alguien,
pero no me atrevía; yo le observaba detenidamente cada mañana, alegrando las
caras de la gente que entraban aquí; muchas de ellas recién levantadas, con
rictus de funeral y ahí estaba usted diciendo las cosas con el desparpajo que le
caracteriza, alegrando al prójimo próximo y al remoto como yo, aunque fuera
por un ratín y suficiente para que alguien ignorado por muchos se sienta
importante como actor principal de la película cuya trama se desarrolla entre estas
paredes cargadas de miles historias.
- Es mi obligación, don
Fernando, hemos vivido tiempos malos muy malos, y supongo que usted lo sabrá
mejor que yo, de escasez, de amargura, de envidias, de infelicidades, de
miedos, yo el primero, que tuve que ponerme …, pero no quiero aburrirle con mi
vida, ésa es mía y ustedes cuando vienen a este “santa santorum” nunca
es para que un humilde servidor les cuente sus penas y pesares; al contrario,
estoy para escuchar y nunca para hablar más de la cuenta.
-
Déjese de retóricas y de
melindres, le quiero escuchar.
- Pero tengo que trabajar y no
puedo desatender la barra y a otros clientes que como usted vienen a ...
-
Javier –levantó la voz en
dirección a la barra-, que nos traigan dos cafés, y dispense a Manolín de
seguir trabajando hoy.
- ¡Don Fernando!, –dijo Javier
Estébanez Murrio, dueño del establecimiento, bueno uno de los dueños, no, mejor
dicho el sobrino de una de las dueñas, tal vez en unos años lo sea, pero cada
día lo tenía más difícil con los tiempos actuales, habían constituido una
sociedad anónima para eludir el pago de elevados impuestos y responsabilidades-
hay mucha clientela a estas horas y Manolín es un pilar de esta santa
institución como es El Gran Café, ....
- Déjese de circunloquios y
gilipolleces, lo que resta de la jornada lo satisfaré personalmente.
- Toma asiento Manolín, y
permíteme que te tutee, hoy te tomas fiesta, y cuenta, cuenta que te quiero
escuchar.
-
Pero, don Fernando, si mi vida
es normal, sin mayores aspavientos.
-
¿Te digo lo que le he
comentado a tu avaro jefe, .........?.
- No, no, no diga nada y nunca
piense así de él, ha sido muy bueno, por lo menos conmigo y en los momentos
malos y difíciles, donde la amistad se demuestra con hechos y no con dichos.
-
Retiro el calificativo, pero
prosigue.
- Como le decía, me tuve que
poner a trabajar para que no entraran mis hermanos en un orfanato al fallecer
mis padres, he tenido que sacar adelante a mis dos hermanas y un hermano, todos
ellos menores que yo, ahora ellas están casadas y bien colocadas, jajaja, si se
me permite utilizar esta expresión, viven en Madrid y Barcelona y mi hermano
estudió medicina y trabaja en la actualidad en un Hospital en Houston, Estados
Unidos, y yo aquí de donde soy, soltero, porque no me pude casar por dárselo
todo a mis hermanos, pero no me quejo, en absoluto, es lo que hubieran deseado
mis padres y yo cuando hablo con ellos soy feliz por que ellos sé que lo son.
-
¿Cómo murieron tus padres?
- La guerra, la maldita guerra,
al final nos separó, no quiero pensar si fueron unos u otros, lo que sé es que
fue la guerra quien nos desunió una noche para siempre. Primero fue mi padre al
que le dieron el paseo unas semanas antes de terminar la guerra y después, y un
poco antes de que entrara aquí a trabajar, mi madre, de inmensa pena y
tristeza.
-
¿Qué años tienes?
-
Cincuenta y muchos.
-
¿Y sin juventud?.
- ¿Cómo que sin juventud?, toda,
toda la que se puede imaginar don Fernando, distinta eso sí a la de otros,
pero sí tuve mi juventud, disfruté cuando podía, desde el Carmín hasta
principios de octubre, salía de aquí y me iba de bolos por las romerías de las
aldeas, de barraca en barraca, de baile en baile, pero sin bailar, ¡eh!, trabajando y viendo
a la gente, cómo por unas horas aparcaban sus preocupaciones diarias y se
esparcían. Ve como tuve juventud.
- Me sorprende tu visión. Y
mujeres, ¿las ha habido en tu vida?, ¿te enamoraste en alguna ocasión?.
Aquí el silencio se prolongó apoderándose de la conversación, como cuando una barrena
toca en roca dura en la oscuridad de un pozo minero, sus ojos, alegres siempre, se
tornaron tristes y perdidos en un infinito lejano y a la vez cercano sin duda
por la evocación diaria, un conato de lágrimas asomó en sus ojos.
- Sí..., sí..., sí me enamoré, y
aún hoy, después de tantos años, lo sigo estando –mientras dejaba aflorar sus
sentimientos, muy profundamente guardados en su interior, sacó del bolsillo
posterior de su pantalón una cartera negra y raída por el uso y el paso del
tiempo, sus manos temblaron mientras de uno de sus compartimentos extrajo un
sobre, otrora de inmaculado color blanco y ahora amarillento, fue con un
cuidado exquisito extendiéndolo encima del mármol blanco de la mesa, una vez casi
planchado se lo extendió, autorizando su lectura-, no sé, no sé por qué le cuento
todo esto ...; tal vez por que nadie lo ha sabido nunca, porque como le decía,
ya no tengo a quién contar mis cosas y menos aún a quién le puede interesar;
mis hermanas bastante tienen con sus familias, y mi hermano, hace ya casi un
año que hablé con él por teléfono, ya sabe, las conferencias son carísimas, y
las epístolas que de vez en cuando le escribo, no obtienen respuesta, sin duda
por el cúmulo de trabajo que debe de tener.
Pero…, sí me enamoré y no he vuelto a
estar con otra mujer, porque ella lo fue todo y eso que sólo duro lo que dura
un suspiro, pero qué mejor suspiro que una efímera noche, y de eso ya hace más de veinte largos años.
Habían pasado las navidades y tuve que
hacer un viaje urgente a Madrid, para preparar todo lo relativo a los estudios
de mi hermano, unas becas de extraordinaria importancia para su último periodo
formativo. Para perder el menor tiempo de trabajo y del permiso que don Javier
me concedió, decidí viajar en tren el expreso de noche el “Costa Verde” creo que se
llamaba. Don Javier me abonó el coste del billete en segunda, que yo cambié, y
no es que fuera pretencioso, por uno de primera, era un viaje largo y con el
traje de los domingos, no podía llegar con cara de cansancio y con la ropa para
llevar a la tintorería. La misma noche después de Reyes, emprendí el viaje, las
autoridades de los ferrocarriles dudaban de que el tren pudiera llegar a
destino, debido a los malos presagios climatológicos que se avecinaban en el
Puerto de Pajares, aun así se tomó la decisión de que el tren saliera, no sin
antes avisar al pasaje. Muchos de ellos prefirieron quedarse, pero yo no podía,
la entrevista era única y al día siguiente. Subí al vagón que estaba en la cola
del convoy, como era habitual, busqué el compartimiento y descorrí la puerta de
entrada, me quite el abrigo remendado, mejor dicho parcheado en su forro y lo
deje en la bandeja situada encima de mi plaza, que como había solicitado al
expedidor era la del sentido de la marcha y pegada a la ventana. Antes de que
el maquinista fuera introduciendo en la caldera más carbón y leña para alcanzar
la presión deseada, entro ella…
Vestía una abrigo de corte inglés,
como se decía y había oído en más de una ocasión en los corrillos de las
señoras en el Café, sombrero de piel, que le cubría toda su melena, a la que
algún que otro mechón se resistía a esconderse. Se despojó del abrigo y acto
seguido del sombrero mostrando una melena rubia, brillante como el sol que junto
a sus ojos azules profundos me impactaron hasta tal punto, y de esto estoy
seguro, de que mi corazón dejó de latir, su armónica voz me hizo reaccionar del
letargo.
-
Buenas tardes, tenga
usted caballero.
Yo como los niños, no supe articular palabra, ella
insistió, ante mi atónita supuesta cara de alelado.
-
Señor, que buenas
tardes tenga usted.
-
Y usted –que fue lo
único que salió de mi boca-.
-
Nada, que menudo
viaje se me avecina con este elegante señor de parcas palabras.
-
Perdóneme, pero, y
le seré sincero aun con el riesgo de que coja sus pertenencias y me deje como
estaba, pero su imagen, su porte y su belleza me han obnubilado, impresionado,
que me ha costado entender que no estaba ante un sueño sino ante una realidad.
-
Jajajaja, no me
sonroje caballero, y no padezca que no liare el petate, el vagón va vacío, y me
parece que somos sus únicos ocupantes, y en contra de lo que dice el refrán
“más vale bien acompañado que solo”.
-
¡Unos inconscientes
somos, señora!.
-
Señorita, si Dios no
lo …
Un silencio de pesar y tristeza empañó el
compartimiento que fue quebrado sólo por el rechinar de las férricas ruedas y
del seco ruido producido por el brusco tirón de los vagones por parte de la
máquina que iniciaba su andadura.
-
Discúlpeme si por un
instante he podido serle impertinente.
-
No, usted no tiene
la culpa, el responsable es el sino de cada uno, en mi caso soy la doncella que
una tribu va a sacrificar para el bienestar de los demás y no en el suyo
propio.
-
Perdóneme, pero no
la comprendo.
-
No quisiera
aburrirle con ...
-
No me aburre en
absoluto, al contrario me reconforta que la gente se explaye conmigo, además
suele resultar más fácil con gente que no se conoce que con la que se tiene más
trato, incluso con la que podemos llamar amigos, porque estos al final,
queriendo o sin querer, te traicionan, lo efímero a la postre se queda en el
recuerdo de cada uno, porque a nadie se lo podrás contar de alguien que no
existe más que en este caso entre dos personas. usted podría hablar con un
fantasma toda una noche, pero a nadie se lo diría por que nadie la creería y al
final se le burlarían.
-
Qué bien habla, es
un erudito.
-
No, señora, no soy
nada, sólo un oyente de la gente.
-
¡Ah! ...
-
El viaje, va a ser
largo y si quiere …, soy todo oídos.
-
Si se empeña, que
conste que le he prevenido. Pues bien, mi familia, la tribu, me va a
sacrificar, como le iba diciendo, en beneficio propio suyo, de ellos; y ahora
en estos momentos regreso a la pira, en dos semanas me caso con una persona que
no deseo, que apenas conozco, que es veinte años mayor que yo, viudo y me lo
imponen, me lo imponen por dinero, para que otros puedan mantener un estatus
perdido, vilipendiado por el deseo de ser lo que uno fue y otro perdió por no
conservarlo.
Soy única hija, la cuarta generación
de lo que un día fue un pequeño imperio que mi bisabuelo creó con el esfuerzo
de su trabajo. Como muchos otros tuvo que emigrar para sobrevivir y tras muchos
años de durísimo esfuerzo, regresó a su tierra natal como era su deseo, con una
importante y considerable fortuna, se casó con la mujer que la estuvo esperando
día tras día, desde que se embarcó en el puerto del Musel camino de las
américas una fría mañana de un entrado otoño, cuando ella ya estaba casi para
vestir santos, una radiante mañana de primavera, apareció en la puerta de su
casa y preguntó por su padre, ésta, mi bisabuela, le acompañó a su presencia
con alboroto, y sin miramientos ni exposiciones previas le pidió la mano de su
hija, mi tatarabuelo lo miró de arriba a bajo, con menosprecio y negó con la
cabeza, sin duda al verle la ropa y el aspecto que portaba, pues no había
querido ni cambiarse, ni asearse, por ir al encuentro de su gran amor. Mi
bisabuelo Aurelio miro a mi bisabuela Jimena y ésta, que lo quiso siempre, se
enfrentó a su padre y a éste sólo, sólo se le ocurrió decir que nunca le
pidieran, ni comida ni cobijo, porque no estaba dispuesto a mantener a un
pelanas y que la repudiaba como hija. En ese momento, el pelanas, mi bisabuelo,
abrió el bolso que portaba y se lo entregó a Jimena, en su interior se encontraba
parte de lo ahorrado y sin que pudiera decirle nada le espetó, que ni ella ni
sus descendientes les faltaría jamás recursos. Desde entonces nada falto a los
descendientes de Aurelio y Jimena; pero a mi padre lo educaron con grandes
ínsulas, y creo que se equivocaron, los negocios de mi bisabuelo cayeron con la
crisis del 29, aunque no en su totalidad, pero la educación de no pescar sino
darle el pescadito, fue lo que me conduce hoy a un matrimonio pactado, de
compromiso, solo para que la cuarta generación la que pierde el apellido no sea
la deshonra y la mofa de mi tatarabuelo. Y he subido a mi Asturias del alma
para intentar hablar con mis antepasados y no he encontrado la respuesta que
quería oír. Si no me caso, mis padres pasarán una vejez desdichada, de
auténtico desamor y, ellos, aun a pesar de su egoísmo personal, creo que lo que
hacen pensando en mí, yo he sido educada para una sociedad que ya no existe, y
sólo para los que fueron y no serán.
-
Difícil tesitura,
entre el bienestar propio y el ajeno de sus padres. Sabe, cuando eres un niño
vives de los cuentos que una madre con cariño y amor nos relata, princesas
hermosas, príncipes azules, hadas madrinas que nos conceden los sueños y deseos
que no podemos aspirar, pero cuando creces resulta que todo era mentira, que la
vida es más dura de lo que nos han contado, en muchas ocasiones te da tiempo a
cambiar pero, en las otras, ya es demasiado tarde y vives en un mundo de
ensueño y es complejo cambiar, y perdóneme que le diga, no es de las segundas,
lo que pasa es que lucha por ser egoísta. De lo que me ha relatado tendría que
analizar fríamente las vivencias de Aurelio su bisabuelo y su enfrentamiento
con su suegro. Una pregunta, ¿sabe Vd. si su bisabuelo ayudó al padre de su
esposa?, no me conteste, le puedo decir que sí, que le ayudó, tal vez no con la
cara por delante, el orgullo es una enfermedad que no conduce a nada, pero
hasta sus últimos días Aurelio le ayudó, porque era el padre de su amada. Y sus
bisabuelos se casaron por amor, por el amor que se tuvieron en los momentos de
separación y los del resto de sus vidas.
Ella se quedó embelesada viéndome, es de esas veces
que hablas con una persona que te da la sensación de que conoces de toda la
vida, tal vez entre las cuatro paredes de la heredad no oyese y ahora en su
último viaje estuviese oyendo lo que quería.
-
Sabe, me gustaría
ser niña, y poder creer en hadas, en lámparas mágicas, por que ahora mismo
pediría los tres deseos del cuento…
El tren frenó a la llegada de las estribaciones del
Puerto de Pajares, el revisor salió de su cabina en la cola del vagón y tras
recabar información del guardagujas, y entró en nuestro compartimiento,
-
Buenas tardes,
señores, solamente informarles, que se ha instalado una máquina especial para
retirar la nieve de las vías, no sé si este viaje terminará en su destino pero
haremos lo que podamos.
-
¿No sabrá como está
la vía ya en León?, le pregunté con cierta preocupación.
-
Un mercancías que ha
pasado hace una hora más o menos ha comentado que las vías estaban con una
cuarta de nieve, ahora la nevada arrecia, así que no puedo decirle más, en todo
caso si viéramos que pueden correr peligro detendríamos de inmediato el tren en
algún pueblo para pernoctar.
-
Le rogaría, nos
mantuviera informados puntualmente, es necesario que llegue mañana antes del
mediodía a Madrid.
-
No lo dude,
cualquier noticia que tenga gustosamente se la comentaré. Les traigo unas
mantas para que se abriguen no vaya a ser que la calefacción termine por
estropearse.
-
Muchas gracias.
Apenas hubo salido, el tren volvió a ponerse en
movimiento, en un movimiento cansino, sin duda por las dificultades que
imperaban en el exterior. Nos cubrimos con las mantas, porque si no se había
estropeado sin duda el tiempo que estuvo abierta la puerta refresco en exceso
el habitáculo.
-
¿Tan importante es
que llegue a Madrid al mediodía?
-
Si, me va en ello no
mi destino pero sí el de mi hermano.
-
Los dos con destinos
prefijados. Llevamos ya un buen rato y no nos hemos presentado, me llamo
Rosario Ercilla Simancas, ¿y usted?
-
Yo, Manuel García
Huerces, ........
Ambos nos estrechamos la mano. ¡Qué suavidad!, ¡qué
finura!, y eso que fue un segundo o incluso menos, toda vez que mis manos no
son las de un caballero, sino las de un camarero que aunque las debe de
tenerlas limpias y aseadas, no es menos cierto que tienen muchos callos de
tantas cajas que he movido. Yo creo que se dio cuenta, pero supo disimular, no
puso mala cara, simplemente sonrió.
-
No sé qué hacer, tal
vez este viaje me dé la respuesta y sea el detonante de la decisión a adoptar.
-
Seguro, la respuesta
la tiene casi tomada, y sea cual sea, seguro, seguro, que será la más correcta.
-
Antes..., le parece
bien que nos tuteemos una vez que ya nos hemos presentado.
-
Sí, se lo agradezco,
perdón te lo agradezco, por cierto, no se ría pero me llaman Manolín
-
Y yo Charo, y eso
que no fue el nombre que mi bisabuelo quiso que me pusieran en la pila
bautismal, él siempre deseo y así lo dejó escrito, que la primera mujer que
naciera de su estirpe llevara el nombre de Guadalupe, por el cariño y devoción
que sentía a la Virgen, y así lo dejo escrito como lo he dicho, “si en alguna
ocasión y de entre mis descendientes naciera una niña, por favor, pónganle el
nombre de Guadalupe”, pero mis padres contravinieron sus deseos, yo creo que
por eso no he encontrado respuestas a mis preguntas.
-
Sabes, Charo, cada
vez me doy más cuenta que los lazos entre tú y tu bisabuelo, son más estrechos
de lo que puedes imaginarte o creer, tal vez tengas que tomar una decisión
caiga quien caiga y tus respuesta te la halla dicho o te la diga en breve.
-
Antes te quería
decir, que me gustaría ser una niña y pedir los tres deseos que en los cuentos
se conceden…
-
¿Y cuáles serían?
El tren, nuevamente se detuvo, miré por la ventanilla
y consulté el reloj, por la inclinación de los vagones y la hora intuí que
habíamos coronado Pajares hacía un buen rato.
-
Señores, dijo el
revisor envuelto en una manta medio tiritando, nos encontramos en Pola de
Gordón, y por desgracia la máquina que nos precedía se ha estropeado y no
sabemos cuánto tardarán en mandarnos una desde León, debido a la gran nevada
caída en las últimas horas. He dispuesto que sean hospedados en un edificio
anejo a la estación.
-
Perdón y no hay
forma de saber cuándo podremos partir de nuevo, como ya le indiqué tengo que
estar sin falta en Madrid al medi...
-
Sí, lo sé, señor,
pero no puedo darle una contestación, en todo caso en cuanto reciba noticias se
las trasmitiré lo mas rápidamente posible.
-
Gracias sinceras,
pero si supiese de alguien que parta hacia León avíseme con premura.
-
Lo haré, señor, y no
padezca, seguro que llegará con tiempo. Ahora, si tienen la bondad, abríguense
que entre el frío y la ventisca estamos bajo cero y acompáñenme.
El frío se calaba hasta el tuétano, yo cerraba el
grupo, el vistoso abrigo de Charo se estaba cubriendo de copos blancos. Cuando
llegamos a la casa que nos habían preparado, estaba cubierto de un
aterciopelado manto blanco.
El edificio constaba de una sola planta, y se
encontraba anexa a la estación, el revisor abrió la puerta y nos franqueó el
paso. Una vez en su interior, nos informó que era el único sitio adecuado para
un matrimonio como nosotros –Charo y yo al oír esas palabras nos miramos con
cierto rubor-, que viajaban en primera. Sin poder articular palabra por nuestra
parte por el intenso frío, nos comunicó que sólo disponía de un dormitorio al
que habían llevado de la cantina una bandeja con comida, y el excusado, y antes
de que nos diéramos cuenta o aclaráramos el entuerto, salió por la puerta en
auxilio de otros pasajeros.
En eso, sin saber muy bien qué hacer ni qué decir,
Charo sin mirarme a la cara, se quitó el guante de su mano derecha y fue a
buscar mi mano izquierda, desnuda y fría, cuando sentí su calidez mis piernas
experimentaron un tembleque.
-
El primer deseo que
pediría a mi hada madrina sería poderte besar, dijo en voz alta mientras se
giraba su rostro hacia el mío, desde que te mire y oí tu voz he sentido una paz
interior como si nos conociéramos de toda la vida.
Sin que pudiera abrir la boca, noté sus labios junto
a los míos, el frío había desaparecido, a continuación su boca se abrió lenta y
pausadamente y el néctar se su saliva se entremezcló entre las gotas de la
nieve que se derretía de mi cara.
-
Mi segundo deseo es,
que quiero que me ames, que seas mi primer hombre –me susurró a mi oído,
mientras tiraba de mí hacia el interior de la alcoba-.
La única habitación se encontraba iluminada por una
tenue bombilla colgada en el techo, y las chispeantes llamas de la chimenea,
que había sido encendida minutos antes, y que desprendía el calor necesario
para mantener caldeada la nimia estancia.
Nos situamos de pie uno frente al otro y al costado
de la cama, una cama alta, más bien estrecha de las denominadas de canónigo,
buena para una persona y estrecha para una pareja, mullida, sin duda el relleno
del colchón era de lana y vareado el pasado año y desde entonces no usada, con
una manta de lana gruesa e inmaculadas y olorosas sábanas. Charo empezó a
desabrocharme los botones de mi abrigo uno a uno, sin prisas, sabiendo lo que
hacia, bueno sus dedos se movían torpemente sin duda por el nerviosismo de la
situación. Cuando me quise dar cuenta estábamos dentro de la cama,
completamente desnudos, durante todo ese tiempo no intercambiamos palabra
alguna.
Yo no sabía qué hacer, nunca había yacido con ninguna
mujer, ella se pegó a mi costado, sentí su aliento cálido en mi cuello y sus
tersos y firmes pechos en mis costillas, me asió de la mano y me invitó a que
la acariciase. Yo no sabia que hacer, la deseaba, la deseaba desde el mismo
instante que entró en el compartimiento del vagón, con temblores mis manos,
acariciaron su cara, su cuello, sus pechos, notando cómo su cuerpo entero se
estremecía. La besé en sus labios, con más pasión que la demostrada minutos
antes. Le quise decir algo, pero sus dedos se posaron en mis labios en señal de
que guardara silencio, mis besos fueron bajando poco a poco recorriendo todo su
cuerpo, creo que no hubo rincón ni centímetro de su bello y virginal cuerpo que
no hubieran explorado mis labios.
E, ..., hicimos el amor, hasta que sucumbimos en los
brazos de Morfeo, no sé qué hora era, ni dónde nos encontrábamos, sólo sé que
creí que estaba en el cielo.
Unos secos golpes en la puerta de la casa, me
abstrajeron de mis ensueños, me levanté, me puse la manta que me había dejado
el revisor y abrí la puerta.
-
Perdone que le
despierte pero como Vd. me indicó que le informara de la posibilidad de llegar
a León, pues bien hay un mulero que parte en media hora hacia allí y no le
importa trasladarle.
-
Muchas gracias,
dígale que sí; me cambio y salgo.
Un vacío se creo en mi entorno, en mi vida, entré en
la habitación e introduje dos leños grandes en la chimenea, en instantes su
llamas acrecieron lo suficiente para poderme vestir y verla de espaldas
semidesnuda, quise quedarme, quise despertarla, pero en ambos casos hubieran
sido una decisiones egoístas. Sólo pude lanzar un beso al aire hacia donde ella
yacía, mis ojos empezaron a llorar como los de un niño que ha perdido lo que
más quería. Di media vuelta, abrí la puerta y allí en la gélida, oscura y
nevosa noche me esperaba el revisor y el mulero. Saqué de la cartera un billete
de veinte duros, y se lo entregué al buen hombre –todo un capital ya que sólo
me quedaban cuarenta duros-, pidiéndole que cuidara de mi..., esposa. Me subí a
una mula que me habían preparado dirección a León, no dejé de mirar la luz
titilante que de la ventana de la habitación emergía al exterior, hasta que los
copos hicieron imposible vislumbrar ese faro de amor.
Llegué a León y a tiempo muy justo a Madrid, y tras
la entrevista y el compromiso de obtención de las ayudas demandadas para mi
hermano, no tenía más destino que volver.
Algo me decía que ella había llegado a Madrid, pero
donde, donde se encontraba, esa fue la última vez que tuve conciencia de estar
cerca de ella.
Antes de subir al tren de regreso, me comí un
bocadillo y me bebí una caña de cerveza en la cantina de la estación del Norte
y mientras oí por la radio una canción, que me impactó sumamente hasta tal
punto que me la aprendí de memoria, y que ha sido desde entonces mi lastre, mi
pesado y amargo lastre, ...
“Blanca y radiante va la novia
le sigue atrás un novio amante
y que al unir sus corazones
harán morir mis ilusiones.
Ante el altar está llorando
todos dirán que de alegría
dentro su alma está gritando
Ave María.
Mentirá también al decir que si
y al besar la cruz pedirá perdón
y yo sé que olvidar nunca podría
que era yo aquél a quien quería.
Ante el altar está llorando,
todos dirán que de alegría,
dentro su alma esta gritando,
Ave María,
Ave María,
Ave María,
Ave María”.
Todas las penalidades de la ida no lo fueron para el
regreso desde el punto de vista climático. Cuando pasé por Pola de Gordón
busqué en mis recuerdos la casa, y allí estaba, cerrada la puerta y sus
contraventanas, como si en sus cuatro paredes no se hubieran guardado las
sensaciones y experiencias vividas y me puse a llorar, a llorar intensamente,
porque el tren del amor lo perdí en una estación real.
Sabe, don Fernando, desde aquel feliz viaje no he
vuelto a salir de mi Asturias, ni mucho menos a Pola de Gordón que es
fronterizo, nunca supe más de ella, y cómo lo iba a saber si ella había tomado
una decisión y yo otra. Tampoco quise indagar de su paradero, aunque muchas
veces he esperado que apareciese por la puerta giratoria pero fueron falsas y
vanas ilusiones. Por mi parte, no podría haberle ofrecido seguridad económica
ni para ella ni para los suyos, lo poco que ganaba lo invertía en mis hermanos,
aún hoy sigo haciéndolo por ellos, por lo menos para una de mis hermanas que
están pasando por un mal momento, es decir que estaba y estoy que no tengo ni
para morirme, pero soy feliz y doy las gracias a la vida porque me ha dado
mucho, más de lo esperado, y cuando pienso en Charo, porque sabrá Vd. que cada
noche al salir del Gran Café y antes de acudir a mi casa, me acerco al muro,
junto a la Escalerota y mirando a un horizonte oscuro, pienso que ella está a
mi lado, que nos cogemos de las manos, y nos susurramos bajo el rumor de las
olas, ora cercanas por la pleamar ora lejanas por la bajamar que nos queremos,
son los momentos más felices del día, desde el día que volví para no volver a
salir y cada mañana al levantarme pienso en el momento en que de noche, haga
frío, calor, llueva o sople el viento volveré a estar con ella. Y se que su
bisabuelo desde el otro lado protesta por la, sin duda, irracional decisión de
su descendiente.
De toda esta historia sólo conservo el recuerdo y
esta carta que le escribí en mi viaje de retorno y que terminé antes de llegar
al lugar donde mi amor, nuestro amor se estrechó por intercesión de Cupido a mi
retorno un domingo, y como verá corregida y enmendada, en más de una ocasión en
una mesa de piedra en la Carbayera de Granda, donde los días de fiesta me voy a
pasear porque, sin duda alguna, a ella también le gustaría.
Don
Fernando, cuyos ojos ahora acuosos, no dejaron ni por un momento de ver a su
interlocutor, se posaron en el principio de la carta,
Mi querida Lupe:
Antes que Charo serás Lupe ...
Sin
poder refrenar sus sentimientos, sin querer saber más de lo que había hurgado
en la vida de Manolín, se la devolvió.
Manolín,
de nuevo con la posesión más valiosa atesorada en toda su vida, la volvió a
plegar y guardar en el su cartera.
-
No se entristezca, don
Fernando, he sido, soy y seré feliz en mi vida, porque ella esta conmigo desde
aquella noche del día después de Reyes.
Don
Fernando, se levantó, dejando sentado a Manolín inmerso en sus recuerdos y
emociones, y se acercó a la barra para abonar las consumiciones y el tiempo que
había quitado a la empresa por la charla con Manolín.
Javier
ante el rictus del distinguido cliente y del ejemplar empleado, dispensó a
aquél del abono de cualquier cantidad, y dió permiso a éste para que el resto
de la jornada pudiera hacer lo que en gana le viniera.
Manolín,
volvió al siguiente día y al otro y al otro a su quehacer diario, pero le
sorprendió que no viera ni acudiese al Gran Café don Fernando de la Mesta y
García Muñiz. En todos los años que lo conocía nunca dejó de tomar su café, ni
de leer la prensa del día en su acostumbrada mesa. Como de casi toda la
clientela, de muy pocos sabía donde vivían, y don Fernando estaba dentro del
grupo de los de ignorado paradero. Por su cabeza pensó en acudir a la Comisaría
de Policía para interesarse por su paradero; pero al final se arrepentía de sus
elucubraciones ya que, quien era él para entrar en la vida de tan distinguida
persona.
Y
pasaron los días, las semanas y algún que otro mes, aunque eso sí, sin dejar de
pensar en don Fernando entre las ocho y media a nueve de la mañana. Le habían
ascendido hacia unas semanas, sin duda por que era el de mayor antigüedad,
escalafón inmediatamente inferior al de los jefes, ascenso o descenso, según se
viera, tenía que abrir y cerrar, aunque esta segunda obligación no le afectaba
tanto, porque, y como cada noche al echar las persianas del Gran Café, se
dirigía a sus recuerdos. Esa noche se dirigió entre las apenas iluminadas
callejas hasta la Escalerona al encuentro de su amor.
Apoyado
en la fría baranda y dándole el gélido viento en su cara, notó en su hombro
derecho una ligera presión, se giró bruscamente y con cierto nerviosismo. Ante
él se encontró con una figura esbelta, de la que apenas se percibían su rasgos
faciales, al encontrarse embutida en una trenca con la caperuza calada hasta
las cejas, una bufanda que le cubría el cuello y la boca, y unas finísimas
piernas cubiertas por unas medias de lana.
-
Perdone que le incomode en
este su momento del día –sonidos guturales apagados por el efecto de la
bufanda-.
-
Ummm –se quedó mirando
fijamente a su interlocutora, mientras pensaba en la expresión usada de “su
momento del día”, ¿cómo sabía que era su momento del día?- ¿qué me dice?.
-
Que perdone que le halla sido
inoportuna, pero tengo un sobre que tengo que entregar a don Manuel García
Huerces, también conocido como Manolín, me han dicho que le encontraría aquí
nada más cerrase el Gran Café, y le he seguido hasta este sitio.
-
Ummm –¿cómo sabría tanto de
mí?, ¿quién era? ¿qué querría?, para despejar estas incógnitas tenía que contestar-,
sí, soy yo, ¿quién pregunta por mí?.
Nada
más lo hubo confirmado me extendió un sobre, sin membrete alguno, solo aparecía
mecanografiado su nombre, se giró para apurar al máximo la luz de la farola y
lo abrí, de su interior extraje una nota manuscrita en perfecta caligrafía, con
el siguiente texto, sic “Le ruego que acuda nada mas leer esta a mi
domicilio, en la siguiente dirección..., firmado, Francisco de Asis de Rodó y
Vallerín, Notario del Colegio Territorio de Oviedo”. Giró en dirección a la
mensajera, pero ésta ya había desaparecido.
Un
Notario, ¿de que se tratara?, se pregunto Manolín tras leer en repetidas
ocasiones la nota, la única forma de enterarse era la de acudir en estas
intempestivas horas a su despacho.
Apenas
se encontraba a cien metros de la Notaria, sita en la calle Capua, el portón
del portal se hallaba semiabierto, se introdujo y subió los escasos escalones
que le separaba de una luz que se asomaba por la rendija de una señorial puerta
con una gran placa de bronce con el nombre del fedatario publico.
Picó
a la puerta y sin esperar contestación entro, y cerró tras de si, en su frente
se encontraba un gran mostrador y a su izquierda un pasillo largo con varias
puertas a su derecha, desde el fondo del interminable pasillo, oyo.
-
Don Manuel GARCÍA HUERCES,
tenga la amabilidad de recorrer el pasillo.
Efectivamente
el pasillo era largo, ancho y de techos altos al final una puerta abierta
conducía a una gran habitación con un amplísimo ventanal por el que se veían
las luces de las farolas del paseo del muro y la "escalerona".
-
Antes que nada discúlpeme lo
inoportuno de la hora y de mis modales, y tome asiento.
Sigo las estrictas instrucciones que mi mandante me
ha encomendado, en concreto don Fernando de la Mesta y García Muñiz.
-
¿Le ha sucedido algo a don
Fernando?, –pregunte con cierta preocupación.
-
Soy portador de malas nuevas,
don Fernando de la Mesta y García Muñiz, falleció hoy mañana hará siete días, en la Villa y Corte de Madrid,
rodeado de su familia más directa. Y como albacea del mismo y tras la lectura
de su testamento, tengo que informarle y dar lectura de unas disposiciones
personalísimas.
Manolín
no tenia ganas de seguir, una parte de el había muerto, mas de cuarenta años
viéndolo, sirviéndolo y un solo día hablando con el, le dejo transpuesto, sin
saber aun que hacia entre esas cuatro paredes repletas de libros y legajos.
-
Por voluntad de don Fernando,
ha sido nombrado heredero universal de todos sus bienes, consistentes en
depósitos bancarios fijos y variables, inmuebles de naturaleza urbana y rustica
sitos en esta Villa donde nos encontramos, en la capital del Reino Madrid y en
Méjico D.F., y los derechos de autor de todas sus obras publicadas hasta la
fecha y de dos que se encuentran pendientes de impresión, así como los ajuares
de muebles, obras pictóricas, ..., etc. El caudal relicto asciende a la suma de
mas de mil setecientos millones de pesetas, que tras la oportuna liquidación se
verá mermada en algo menos de quinientos millones. Respecto de estos tramites
no debe preocuparse por que don Fernando dejo todo correctamente atado. Pero
para poder seguir adelante y tomar posesión, deberá estar mañana en Madrid en
la Notaria de mi compañero, don Eloy de la Cal y Gutiérrez Mentor, a las ocne
de la mañana y cuyas señas hallará en el interior de en este sobre, junto con
billete de tren clase primera, y que sale en cuarenta y cinco minutos de la
estación de Jove y un sobre manuscrito por don Fernando de la Mesta y García
Muñiz a su atención. Igualmente en ese rincón dispone de una maleta con ropa
para que se cambie si es su deseo antes de emprender el viaje, espero que
hallamos acertado en su talla. Le acompañara en el viaje mi ayudante la
señorita que le ha entregado el sobre hace un rato por si necesita algún tipo
de asesoramiento. ¿Ha comprendido todo lo que le he explicado?
-
Bueno yo, es que, ..., no
entiendo, ¿quiere decirme que he heredado de don Fernando de la Mesta y García
Muñiz, de un señor al que le he servido un café diariamente durante más de
cuarenta años, mas de mil millones de pesetas?.
-
Efectivamente.
-
Le ruego me disculpe pero no
estoy acostumbrado a que me tomen el pelo, y más a estas horas, ...
-
Le dice algo el nombre de
Rosario Ercilla Simancas.
-
... Si, –trague con dificultad
saliva-
-
Pues coja la maleta entre por
la primera puerta de la izquierda y cámbiese, mi ayudante le esta esperando a
le entrada para acompañarle, y no deje de leer la carta de don Fernando.
-
Pero es que no puedo, mañana
tengo que abrir el Gran Café y no puedo avisar ...
-
Le repito que no se preocupe,
todo esta arreglado y hablado con el que se tiene que hablar.
Manolín,
perplejo cogió la maleta y entro en la primera habitación, se trataba de un
cuatro de aseo inmenso, deposito la maleta encima de un taburete y la abrió,
contenía dos trajes perfectamente doblados, unos gris marengo y otro azul
oscuros, cuatro camisas blancas y tres corbatas, en tonos grises y azules, un
par de zapatos negros y ropa interior y un neceser con lo necesario para el
aseo personal.
Se
puso el traje gris con una corbata en los mismos tonos se calzo los zapatos y
plegó la ropa que portaba la introdujo en una bolsa de plástico que hallo en el
interior de la maleta. Salio y la luz del despacho estaba apagada, recorrió de
nuevo el pasillo hacia la salida y en una pequeña salita se encontraba
esperando la ayudante enfundada en un abrigo y portando otro en la mano que le
entrego para que se lo pusiera. Sin mediar palabra salieron a la calle donde un
taxi les estaba esperando para llevarlos a la estación, con el tiempo más que
justo el revisor tras verles aparecer y comprobar sus billetes les acompaño al
ultimo vagón del convoy y como ya le hubiera ocurrido muchos años atrás el
vagón estaba completamente vacío, entraron en el compartimiento asignado y tras
indicarle el asiento a Manolín, en sentido de la marcha y pegado a la
ventanilla, este dobló ahora ya sin miedo a ser escrutado por miradas furtivas
sobre remiendos ocultos su abrigo y lo deposito en la bandeja superior, la
ayudante del notario, sin duda por frío prefirió seguir embutida en su abrigo.
Al momento noto que el tren empezaba a desplazarse suavemente dejando atrás la
iluminación intensa de la ciudad, no cruzaron palabra alguna, de hecho ella de
un porta documentos extrajo una carpeta repleta de papeles y comenzó a escrutarlos.
Manolín miraba por la ventanilla y comenzó a evocar su primer y ultimo viaje,
con tal intensidad que comenzó a llorar, metió su mano en un bolsillo para
extraer un pañuelo y fue cuando reparo en el sobre que le había entregado el
Notario albacea minutos antes de subir al tren.
Se
enjugo las lagrimas y son suma delicadeza fue abriendo el sobre, de su interior
extrajo una hoja manuscrita con una perfecta y mimada caligrafía.
Mi querido amigo Manolín:
Permíteme esta licencia en el inicio de esta epístola,
pero como iras descubriendo nuestros caminos durante cuarenta años han parecido
paralelos, pero no es así cada vez se acercaban mas y mas hasta que se han
cruzado y se han cruzado en un punto del pasado que se ha transportado a otro
punto del futuro. Y ello ha sido así desde que hablamos esa mañana de hace unos
meses.
Me imagino que te habrás preguntado como después de
tanto tiempo de conocernos y no cruzar más de dos palabras, esa mañana se
rompieran las normas de juego, pues la solución es lo que estas leyendo mi
ultima voluntad, si, esa misma mañana me condenaron a muerte, el galeno fue
claro tres o a lo sumo cinco meses nada más.
Aunque parezca mentira, la vida tiene un
comportamiento cíclico, apenas perceptible para uno mismo y no para otro que
por mor de la casualidad puede tener mucho sentido.
La historia que me contaste ya tenia de ella
referencia, pero lo que no sabe nadie es que el denominador común fue el amor
eterno de un encuentro de apenas unas horas.
Pero déjame empezar por el principio, mi abuelo
Cándido viajo a Méjico, con la idea, como muchos otros de hacer fortuna y
volver a su tierra cargado como Cristóbal Colón con plata oro y inmensas
riquezas. Pero no le fue bien desde el principio no llegó a aclimatarse, no
tanto por el tiempo, ni por la gente ni la comida, solo por no estar en sus
verdes tierras. Una mañana cuando estuvo a punto de sacar un cuchillo para
robar a uno algo de dinero para costearse el pasaje, conoció a Aurelio –si es
el Aurelio de tu historia- que no hacia ni una semana que había arribado desde
Asturias, y fue ahí en ese momento, todos tenemos un momento o varios en lo que
la vida nos hace un brindis y ese fue el único que tuvo mi abuelo. Según me
contaba mi abuelo siendo yo muy pequeño es que esa amistad fue creciendo y
hundiendo unas raíces que con el paso del tiempo prendieron con fuerza. El
único deseo que albergaban ambos fue la de volver, volver como un triunfador u
no como uno de tantos que fracasaba en si intentona. Pasaron penurias, pero
cada moneda que ahorraban era una distancia que se acortaba en distancia y en
tiempo para volver, el primer capital ahorrado fue destinado a lo que hoy se
llama imagen, la máxima de “buenos portes y buenos modales abren puertas
principales” y efectivamente que se abrieron, la segunda inversión fue el coste
del pasaje para retornar. En apenas tres años habían amasado tal fortuna para
ellos que le facultaban para no tener que trabajar nunca más, pero
reflexionaron en que tenían que pensar en un futuro, en un futuro en el futuro
de los que aun no están pero estarán. Y se concedieron un plazo de tres años,
aunque no llegaron a el en menos de dos años habían alcanzado todas sus
expectativas, y cada vez se encontraban más cerca de casa. Sopesaron mucho
antes de retornar que hacer con lo que habían creado de la nada, al final
optaron por mantener el negocio en la distancia, formaron a un paisano, le
ofrecieron el setenta por ciento del negocio y el resto en iguales partes se lo
adjudicaron los fundadores, los cuales percibirían un mino anual mientras la
sociedad existiera, ingresos que hasta no hace mucho se han percibido
puntualmente.
Y así una tarde, tras cinco largos años de duro
trabajo y sacrificio, embarcaron en “La esperanza del mar”, durante la travesía
no existió pasaje de primera, ni de segunda, ni mucho menos de tercera, y eso
que no todos volvían con las manos llenas, eso si, paradojas de la vida, todos
regresaban con tristeza, parte de sus vidas se quedaban atrás en una tierra que
los había acogido y brindado su cariño.
Y llegaron a su Asturias, Aurelio, me contó mi abuelo
no paraba de hablar de su Jimena, y lo primero lo primero que hizo nada más
bajarse en el puerto del Musel se encaminó a casa de su amada. Al poco tiempo y
tras las amonestaciones, y sin la aprobación y consentimiento del padre de su
amada, contrajeron matrimonio. Mi abuelo, fue invitado a la boda, menuda boda,
no falto de nada, evidentemente se quería que perdurara en el recuerdo tal
festín, y conoció a una mujer, prima de Aurelio, y con el tiempo emparentaron y
como siempre en esta vida se hizo el abismo entre los dos, cada día se veían
menos hasta que primero fueron días, después semanas, mas tarde meses y al
final años, y no es que vivieran lejos, ¡que va!, solo que habían alcanzado lo
deseado y querían olvidar las penurias pasadas. La relación familiar la
mantenía mi abuela y posteriormente mi madre, supimos de cómo les iba a las
generaciones pero sin continuidad. Pero recuerdo que hace unos cuantos años una
joven bella descendiente del que fue socio de mi abuelo que vino a pasar unos
días por estas las tierras de sus antepasados, buscaba respuestas, según una
conversación larga y tendida que tuvimos, que no podría obtener, se que tenia
que casarse para salvar a otros y no a ella, yo le indique que no era salida,
que su vida era suya y de nadie mas. Quise ayudarla pero no económicamente,
hubiera podido pero éramos dos extraños que nos unían una personas que se
perdieron en el tiempo. Me arrepentí pero creo que hice bien, eso intuí hasta
que tiré del hilo tras nuestra conversación y conocí lo que había sucedido que
espero conozcas en breve, pero ya no depende de mi, por esto y muchos mas
pensamientos entendí que todo lo que he tenido cuya procedencia se remonta hace
años y de otras tierras, tenia que ser para alguien que puede unir lo que otros
no llegaron a unir. Como te decía al inicio, los caminos parecían paralelos
pero no fue así se cruzaron en una dos ocasiones, y a mi abuelo solo se le
cruzo una vez, no todos tienen vuestra suerte, ahora depende de ti, se que
darás buen uso a lo que te he dado, y por cierto esto te lo adelanto, cuando
regreses a nuestra tierra a tu trabajo, las llaves de sus cerraduras serán
siempre tuyas, lo compré hace ya unos meses, bueno desde que ascendiste, ahora
ya sabes como funciona, empezaste desde abajo y ahora eres el dueño, y sigue
como has sido hasta el último dia que nos vimos, risueño, alegre, y buena
persona por que eso es lo que eres una muy buena persona, y recuérdame cada
mañana en el rincón del Gran Café y mi vanidad me supera pero me gustaría que
no me olvidaran con el paso del tiempo, soy el ultimo eslabón de ... bueno el
penúltimo por que acabo de darle el relevo.
Manolín
se quedo pensativo mirando en las hojas que asía con fuerza como buscando
sentido a lo que había leído a sus sentimientos rememorados a solas día tras
día, de las largas conversaciones con Aurelio y Jimena en las oscuras noches
apoyado en las barandas de La Escalerona, buscando sentido a gran parte de su
vida.
Y
levanto la vista, y su acompañante seguía embutida y hablando con alguien, al
que no prestó atención ni cuando entró y ahora lo único que deseaba era digerir
lo leído, y se puso a mirar por la ventana a un negro profundo con puntos
luminosos, en el fondo por lo que intuyo que habían sobrepasado el puerto de
Pajares, y por ende los limites de su Asturias. De repente noto que se había
producido una bajada de intensidad de la luz del pasillo y del compartimiento,
y que la velocidad se reducía, al momento el revisor apareció informando de
problemas en la maquina y que por motivos de seguridad era necesario hacer una
parada que se prolongaría hasta que una nueva sustituyese a la actual. Manolín
apenas le prestó atención, hasta cuando menciono, que la estación más próxima y
donde se verificaría la parada técnica era Pola de Gordón.
Los
ojos de Manolín no se apartaron de la ventanilla, se llenaron de lagrimas,
lagrimas del pasado y del presente, ....
-
Mi tercer deseo, es ..., no
volvernos a separarnos nunca mas.
-
¿Que?
Y
mirando con los ojos llenos de lagrimas a la persona que había pedido su tercer
deseo, comprobó que allí a su lado, se encontraba ella, Charo y la misteriosa
acompañante ahora sin prenda de abrigo, eran iguales.
-
Se llama Lupe
-
¿Qué?
-
Estas como la primera vez que
nos vimos, que ella se llama Lupe.
Era
Charo, era igual que ella sin duda su hija.
-
¿Es tu hija?
-
Si es nuestra hija
-
¿Qué?
-
Caramba Manolín que no
espabilas, .... –y se echaron a reír-, te lo comentaré.
-
Cuando me dejaste, por que me
dejaste ...
-
Ya te dije que....
-
Por favor no me interrumpas,
me esta costando una barbaridad el no llorar el todavía no abrazarte ni besarte
hasta que sepas lo que fue de mi, vale?. Bueno cuando me dejaste, al pronto de
amanecer llamo el revisor para avisarme que el tren saldría en veinte minutos,
que veinte minutos mas terroríficos pase encerrada en esa casa. Si hice el amor
contigo no fue por despecho como podría haberse supuesto lo hice por que eras
parte de mi no se como explicarlo, un amor a primera vista, fuiste el primero y
bueno que tu me diste la contestación que viene a buscar a la tierra de mis
ancestros, Llegue a media mañana a Madrid, me estaban esperando en la estación
del Norte mis padres, y mi futuro. Nada mas posar mi pie en el anden, les di a
mis progenitores un beso y les confesé que no, que no me casaría con el ni con
nadie, que encontré el amor en un día de Reyes y que no lo cambiaria jamas por
nada ni por nadie, y que ellos habían vivido su vida y para empezaba la mía
ahora y más aun les confesé que estaba embarazada de nuestra hija, fue un presentimiento,
el mismo que experimente que algún día volvería a verte pero no sabría cuando.
Todas las noches sentía que me hablabas y empecé a mantener conversaciones con
mis bisabuelos y contigo, por cierto les caes fenomenalmente bien, y si esa
noche me dejaste embarazada, y fue una chica y le llame Lupe, el problema
fueron los apellidos, pero me las ingenie para llorar al Juez del Registro y
lleva nuestros apellidos, le he hablado siempre de ti de nosotros y de que
algún día estaríamos juntos los tres. Y si nunca subí de nuevo a nuestra
tierra, no sabia donde encontrarte, ni se si llegarías a entenderme.
-
Perdón señoras, señor, hemos
llegado a Pola de Gordón, la cantina la han abierto para que el que quiera
acuda a tomar algo, en cuanto la maquina llegue les avisaremos para reemprender
el viaje.
-
Una pregunta, esa casa que se
encuentra anexa a la estación la ve la del color creo que es rojo carruaje ya
no pertenece a RENFE.
-
No señor, no hará mucho que la
vendió RENFE a un señor, y el dueño si mi información no es incorrecta es
usted, don Manuel GARCÍA HUERCES y aquí tiene la llave
-
¿qué dice?
-
Que es usted el dueño y que
aquí tiene las llaves, como he avisado de la avería y de su presencia he dado
instrucciones para que les encendieran la chimenea y les llevaran algo de
comida
Manolín
miraba a Charo y esta a Manolín, la que no se inmuto fue Lupe.
Bajaron
los cuatro, abría camino el revisor y lo cerraba Manolín, a escasos metros de
la casa, Lupe se paro y se dirigió a su padre
-
Papa, os dejo solos, no
padezcas si no llegas mañana a tiempo, yo iré a Madrid en cuanto se subsanen
los problemas, y avisare al Notario que en uno o dos días nos reuniremos en su
despacho, te parece?
-
..................
Manolín
no pudo articular palabra, solo la abrazo y le dio un beso como un padre sabe
hacerlo.
-
Señor revisor, aunque arreglen
la maquina, no nos avisen, esperaremos al siguiente tren –y sacando de su bolsillo
un billete de mil duros se lo entrego cerrando tras de si la puerta de la casa.
Charo
y Manolín miraron alrededor de las dos estancias y cuando sus ojos se
encontraron sin articular palabra alguna se besaron, queriendo recuperar el
tiempo perdido pero sin prisas, por que el tercer deseo se acababa de conceder.
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