UNA CITA A CIEGAS, PARA TODA LA VIDA.
Habían pasado bastantes meses y tan sólo restaban días o tan sólo horas, para encontrarnos en una cita a ciegas, que previamente habíamos provocado, una cita que sería para ambos y para el resto de nuestras vidas.
Era una de esas citas a ciegas en toda regla, no nos conocíamos, ni física ni epistolarmente, no sabría hasta el mismo instante de vernos cara a cara como era él, si era calvo, o por el contrario tenía una luciente mata de pelo, si era alto o bajo, delgado o recio, no sabía nada de él, …, bueno nada, nada, sería mentir, tan sólo eran referencias un tanto vagas que hacían acrecentar el deseo e interés de conocerlo cuanto antes y decirle: “......”, ¿y, que le diría? eso es otro de los temas que me atormentaban cada minuto y hora que pasaba para el encuentro. Mira que es cierto que nos gusta complicar las cosas, cuando a la postre una simple mirada vale más que mil palabras, lo que en resumidas cuentas me llevaba al punto de origen, no lo sé, ….., esperaría al crucial momento. Y por su parte, ¿cómo reaccionaría él?, ¿le gustaría?, ¿me aceptaría tal como soy?, otro enigma que se suma, igual que el anterior, el destino y el momento nos daría a la postre la solución a todos estos enmarañados pensamientos.
Lo único claro que tengo y de realidad casi palmaria es que será una cita a ciegas para toda la vida, porque la persona que estoy esperando, se me había olvidado decir, tiene nombre y apellidos y no es otra que mi hijo.
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