lunes, 9 de marzo de 2015

TODO EMPEZÓ.........


Era el final de un verano o, tal vez, ya había dado comienzo el otoño. En todo caso, ya han pasado muchos años y la memoria con el tiempo y el no uso se atrofia, en estos matices.

Manufacturas Heifier, S.A. era la empresa para la que trabajaba, y me mandaban a una convención en Madrid. Yo por aquel entonces residía en Gijón, bueno no he residido en ningún otro lugar, que tontería. Era el último del escalafón, de una larga cantidad de pretendientes para la sucesión de la Delegación, aunque en antigüedad, tras el Delegado, era el más veterano, pero los jóvenes atacaban con más fuerza e ímpetu, sin importarles para nada lo que pudieran sentir por ello.

El Delegado pilló una gripe en el penúltimo momento y me pasaportó, con cajas destempladas, puesto que a él sí que le gustaba mucho este tipo de eventos. A mí, como aquel que dice ni fu ni fa, ya tuve ocasión de asistir a otras y si soy sincero con lo que la empresa matriz se gastaba podía aumentarnos un poco más el sueldo. Pero supongo que a los jerifaltes, lo que más les interesaba era darse un abierto durante unos días a gastos pagados.

Y me fui solo, bueno es que en realidad estaba solo, había enviudado hacia unos años y los hijos, un niño y una niña, vivían ya su propia vida. Es cierto que, tras el fallecimiento de su madre, yo no me supe imponer y hacían de mí lo que querían, a la postre lo prefería así, se forjarían un buen futuro sin duda sin la sombra o protección de su padre. Pero que conste que no eran malos chicos, me querían, me querían a su manera y eso era más que suficiente, por que el apego a la postre es un lastre que no te deja moverte.

Como iba a dietas, preferí buscarme por mi cuenta un hospedaje digno y económico, y lo encontré en la plaza de Emperador Carlos V, frente a Atocha, Hotel Mediodía, un hotel que, sin duda, en algún momento de su vida tuvo sus momentos de regia presencia para los habitantes de la villa de Madrid, pero que ahora, con el paso de los tiempos, por sus paredes rezumaba su decadencia. Pero estaba bien, céntrico, limpio, y para dormir, era más que suficiente.

Aunque empezaba el lunes la reunión de trabajo, decidí salir el viernes y lo hice en un expreso o también llamado en otros tiempos Correo, “El Costa Verde”, el AVE era caro pero más que eso, no representaba el encanto que con él que se estaba perdiendo de viajar en tren.

A primera hora de la mañana del sábado el tren arribó a la estación de Atocha, con retraso, estos trenes tenían esa costumbre que siempre llegaban con tardanza. Con andar cansino fui dirigiéndome a la salida, apenas había podido dormido debido al traqueteo de las obsoletas vías y traviesas de la línea férrea, pero aun así y con todo, el respirar los primeros aires de contaminación de la capital me ilusionó y me dio fuerzas para poder disfrutar de mi estancia.

Para intentar conciliar un poco el sueño en el asiento de un compartimento de primera, había intentado planificar mi día y medio de vacaciones. Lo primero acercarme al hotel, con sólo cruzar la plaza allí me lo encontraría, lo más difícil es que tuviesen una habitación a esas horas de la mañana, sólo la precisaba para darme una ducha y refrescarme; luego, me dirigiría a la exposición inaugurada hacia unos meses de Sorolla en el Thysen- Bornemisza, tras el cual y cruzando el paseo, me adentraría en el Museo del Prado, me dejaría llevar por otros genios de la pintura, Tiziano, Tintoretto, Goya, Velázquez, Greco, Picasso, ......, en fin, me emborracharía en el museo. El horario era lo suficientemente amplio que se me pasaría el día, sin duda sin darme cuenta. Ya al cierre, me daría un reconfortable paseo por el parque del Buen Retiro. Rememoraría mi paso por esas extensiones de verde de domingos de primavera impregnados de parejas amándose, de niños correteando, de ancianos acariciando los primeros rayos del sol. Para cenar, pasearía por el Madrid de los Austrias, las “Cuevas”, sin duda me darían descanso y buen yantar a este humilde paseante. Y ya de noche, un relajante paseo de regreso al Hotel en el que me facilitaría un seguro buen y reparador descanso.

Y así poco a poco conseguí dormir unas horas con el trajín del traqueteo del tren.

Tuve suerte, al registrarme en el Hotel, me dieron una habitación con vistas, tal como había rogado o mejor dicho suplicado, a la Plaza, desde mi otero divisaba el Ministerio de Agricultura al fondo a la izquierda y frente a mi la majestuosa Estación de Atocha.

Una ducha me reconstituyo de forma prodigiosa.

Con nueva vestimenta, con aroma a limpio, uno ya desde que era pequeño le incomodaba ese olor que se impregna en la ropa del tren de estar sentado en las butacas o sillones o asientos, salvo en aquellos vagones de tercera que eran de madera que olían a queso, verduras frescas, embutidos, vino rancio y a chiquillos.

Acicalado me puse en camino. Aun faltaban unos minutos para que la exposición abriera sus puertas en el Thyssen-Bornemisza, así que decidí desayunar un buen café con leche y unas porras que servían en una cervecería justo debajo del propio hotel, para poder extasiarme con el pintor de la luz, sus realistas distanciados paisajes urbanos, sus retratos y sus marinas, el impresionismo de lo cotidiano, de lo cercano, del día a día.

La visita se prolongaría más de lo esperado pero no me importaba el día era largo y si mi visita al Prado se veía interrumpida con su cierre, siempre tendría la posibilidad de volver al día siguiente. Uno hace planes y, le salen rosarios, pero no adelantare más de lo necesario, por que aun no es el momento.

Y fui recorriendo las salas, con parsimonia, imbuyendo cada pincelada de cada una de las obras que se presentaban delante de mí, y mientras veía un retrato de “Maria”, un óleo sobre lienzo de 110 x 80 cm. de 1900, me fije en ella. Como se parecía la protagonista del cuadro, era extraordinario, con unos años más pero sus rasgos faciales apenas diferían. Ella observaba otra obra, una marina "Bajo el toldo. Zarauz" otro óleo de del aparente igual tamaño pero de 1910. Debió de percatarse que estaba fijando mi mirada en su rostro, por que, de repente, y sin darme tiempo de reaccionar, se giró hacia mi, por unos instantes me puse rojo, y simplemente de forma estúpida articule un bajito, a penas imperceptible, buenos días. Ella tal vez, por lo habitual de la expresión alcanzó a devolvérmelo con un gesto.

Que vergüenza he pasado siempre en este tipo de situaciones, aun hoy después de muchos años se me pone la piel de gallina pensar en aquel instante.

No se de donde saque el valor pero, ....., inicie una conversación.

-          Perdone pero, es que, es que ,........, yo estaba, esto, esto, –mi tartamudez en situaciones así asomaba-, estudiando los rasgos de la protagonista me percate en su presencia y del gran parecido que Vd. tiene con ella.

Con un mohín de curiosidad se situó a mi lado, frente al cuadro, se acercó, se alejó, volvió a acercarse y alejarse, al final su rostro se enfrento al mío, sus ojos, ¡que ojos!, me fusilaron, y levantando los hombros en señal de extrañeza se dirigió al óleo de la marina.

Tan cortado me dejó que apenas pude contemplar el resto de los oleos expuestos en esa sala, así que me encaminé a la siguiente, y antes de traspasar el dintel de la puerta gire sobre mi mismo y la vi que se había situado delante de “Maria” y lo que sin duda no había hecho en mi presencia lo estaba haciendo ahora, incluso de su bolso saco un pequeño espejo, y no paraba de mirarse en el y mirar el cuadro, y así estuvo un buen rato, en el que no me moví. Antes de irse, sacó un pañuelo de su bolso y se lo paso por los ojos, y se fue por la puerta que yo había entrado. Ahora vacía, mi garganta se hizo un nudo, me hubiera gustado haberle dicho algo, pero, ..., se fue.

Continué la visita, no sin dejar de pensar en “Maria” y la muda visitante.

Había terminado más tarde de lo deseado, pero antes de abandonar el museo pase por la tienda, y mientras escudriñaba sus rincones, alguien me empujo, y al girarme me di cuenta que era la doble de “María”, ella me miró, se sonrojó al mismo tiempo que me pedía disculpas y sin darme tiempo a restar importancia al incidente, me espetó:

-          Perdóneme por mi falta de educación arriba en la sala, pero es que ...., –me sorprendió su afirmación-.
-          No, no hay problema, es normal, –fue lo único que alcance a decir-.
-          Tiene Vd. razón, el parecido es asombroso, además el cuadro me da la sensación que no se llama simplemente “Maria” sino “Maria Clotilde” y sabe, y eso es lo más curioso, que sé su historia, y esta se la debo a Vd.
-          ¿Cómo? –según tenía entendido Joaquín Sorolla Bastida tuvo una hija, María Clotilde-.
-          Si señor, cuando Vd. se retiró, volví a verlo y recordé una historia que me contaba mi tía bisabuela de niña antes de irme a dormir, y atando cabos he averiguado la historia de la niña del retrato.
-          Umm, –acerté a decir, con intriga y cierta curiosidad-.
-          Pero permítame presentarme, me llamo, María Clotilde Señer Mocholi, pero todos me llaman Clo, vivo en Valencia y he venido a Madrid por motivos de trabajo, y Vd. ¿cual es su gracia?.
-          Yo, yo me llamo –otra vez el tartamudeo que me invadió- Oscar Peláez Soro, vivo en Gijón, y también he venido por motivos de ...... –y antes de terminar me cortó-.
-          Le invito a comer, aquí cerca hay un mesón que tiene una carta maravillosa y se come fenomenal.
-          Es que yo, es que yo.......
-          ¿No quiere aceptar mi invitación?, ........
-          No, si yo, .........
-          Que la misma sirva de desagravio por mi falta de educación, antes, ....., salvo que Vd. tenga algún compromiso, ¿lo tiene?,
-          No........, yo solo me iba a visitar el Prado, ........
-          ....., yo hablo por mi, yo estoy sola este fin de semana y si le soy sincera, aunque conozco a muchos amigos en Madrid, en este viaje, no se porque, he decido prescindir de ellos, algo me decía que seguirían estando en otras ocasiones, pero que esta debía estar sola, .......
-          Pero es que, no quiero, molestarla, sinceramente no se si soy buena compañía, ......
-          Déjese de milongas y acompáñeme.

Sin poder resistirme más, me asió del antebrazo y me sacó de la tienda y del museo y sin darme cuanta de cuanto habíamos recorrido, entramos en un mesón o casa de comidas.

Y fue aquí donde los planes se hicieron rosarios, y donde mis microvacaciones cambiaron, pero cambiaron para ...............

Nos sentamos en una mesa junto a una ventana, una vez situado espacialmente sabía que me encontraba en la calle Atocha, un camarero de chaqueta y camisa blanca, corbata y pantalón negro nos hizo entrega de la carta.

-          ¿Oscar le parece que pida por los dos?
-          Por mi, ..............
-          Tiene hambre?
-          Bueno, ....., –mentí, después del viaje y de la mañana en el museo, tenía más que hambre, hambruna.
-          Y si te parece nos podíamos apear el tratamiento del usted, hoy en las postrimerías del siglo XX, resulta moribundo el tratamiento.
-          Por mi, María Clotilde me ...........,
-          Clo, por favor,
-          Vale Clo, muy bien.

La conversación resultaba que podía empezar a ser de besugos, pero ¿qué le podía yo decir, contar,......?, lo que no le iba a decir de sopetón es que era preciosa.

Su edad, más joven que yo, siete u ocho años menos tal vez, tenía unos cabellos de color azabache, brillantes, media melena, sus ojos, sus ojos eran profundos penetrantes, era de esas pocas personas que te ve al hablar no solo a la cara si no a tus propios ojos, lo que resultaba duro, y eso que yo estaba más que acostumbrado a ver a la cara, lo que la gente no lo está es a mantener su mirada, pero ella, ella la mantenía. Le gustaban los pendientes, sin duda alguna, llevaba unas perlitas con un brillantito, que realzaba su cara, eso sí, cuando su cabello los dejaba asomar. Vestía de sport, una camisa blanca y un jersey crema, falda recta gris marengo, medias o pantys negros, supongo que las segundas que por lo visto son más cómodas y zapatos de tacón bajo Burberry, con bolso a juego, un collar de oro y una medalla. Era una autentica pija, pero una pija maravillosa.

Reconozco que estaba posado en un nube, yo no formaba parte de su entorno, de su mundo, además yo, no tenía una figura que llamara la atención, no digo que fuéramos el punto y la “i” pero casi, casi.

-          Y bien, ¿que haces en Madrid, un sábado por la mañana?
-          Como tú, el lunes tengo una reunión de trabajo y he aprovechado para tomarme una mini vacaciones.
-          Y vengo yo, y te las fastidio, seguro que tenías pensado hacer otras cosas ahora mismo.
-          Pues, si te soy sincero si, tenía pensado haber ido a continuación al Prado, y emborrarme en sus distintas galerías.
-          Lo siento de verdad, comemos y te acompaño, hace tiempo que no lo visito, y seguro que ir contigo me servirá para aprender más.
-          No, no te preocupes, seguro que tienes que hacer más cosas que acompañar a un desconocido y por que no tal vez aburrido acompañante,.....
-          No, en serio, si fuese así no estaríamos sentados en esta mesa, no suelo ir a comer con el primer desconocido que conozco. Me siento contigo, desde que te vi en la sala, me siento,.............

En eso que se acercó el camarero, que inoportuna interrupción, para tomar la comanda. Ella, como se había comprometido, encargó la comida, unas croquetas caseras, que dijo que eran famosas en todo Madrid, una ensalada y lechazo para los dos, hasta el vino, un Ribera del Duero.

Entre bocado y bocado, fuimos comentando cosas vanas, insulsas, anécdotas, viajes, y así llegamos a los cafés.

El reloj marcaba las cinco de la tarde, algo dentro de mi se desmoronó, entre ponte y estate quieto, en media hora larga podría estar visitando el museo, pero apenas, ya me daría tiempo a visitar un par de salas. Pero me sentía bien, el cambio sin duda era más que satisfactorio. Los cuadros no se moverían

Tras los cafés, ella insistió en abonar la cuenta, adujo sin recato alguno, que iría a cargo de la empresa.

En la puerta del asador, me asió con dulzura del brazo. Cuanto tiempo hacia que no sentía el calor y la presión de una mano en mi brazo, desde que Sofía se fue para siempre, de esto hace más de cinco años, pensé que ya no lo volvería a percibir. Miró el reloj y ...
-          ¡Huy!, son casi las seis de la tarde y tú querías ir al Prado,
-          No padezcas, mañana será otro día.
-          Un millón de perdones, no sabes cuanto lo siento, es que tu compañía y yo que algunas veces no paro de hablar, ......., no sabes cuanto lo siento.
-          En serio, no es problema, además hace una tarde de las de aprovecharlas paseando, te, te apetecería acompañarme por el Retiro.
-          Si, que me encantaría pasear contigo por el retiro y ..........


Un autobús me impido poder oir el resto, pero me resultaba indiferente, estaba con ella.

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