jueves, 12 de marzo de 2015

Hace muchos años un verano hurgando en un armario de la vetusta casa familiar de la aldea, apareció ante mí un libro del que me apropié a hurtadillas nada más verlo, seguro que de haber dicho algo es muy posible que no lo tuviera hoy conmigo, y eso que lo escondí tras su primera lectura y no fue hasta un año después cuando definitivamente me convertí en poseedor y propietario.




Su autor 
Alfonso Iglesias López de Vívigo (NaviaAsturias1910 - Oviedo1988) que fue un dibujante, comediógrafo y pintor asturiano, mayormente conocido por las historietas de Telva, Pinón y Pinín. Firmaba como Alfonso.
http://www.alfonsoiglesias.es/

Hoy quería recordarlo con este magnifico relato de


Un asturiano en Madrid

(1942)



         Puerta del Sol de Madrid
una mañana de invierno...
Ruido de coches, tranvías
que circulan con estruendo
mientras miles de personas
entran y salen del Metro...
Pregonan su mercancía
vendedores callejeros:
-¡Ha salido "Gol"...! ¡Cordones!...
¡Hay piedras para mechero...!
¡Nuevo plano de Madrid...!
¡Hojas de afeitar...! ¡El "Pueblo"!
¡"Dígame"...!¡Hoy traigo el gordo...!
¡Compre una flor, caballero...!
¡Corbatas...! ¡"Marca"...! ¡"ABC"...!
¡Y en medio de aquel jaleo...
surge un paisano de boina,
con un bigote muy negro,
traje de mahón, madreñas,
y al hombreo un paraguas viejo.

         Va con cara de asustado,
chocando a cada momento
con la gente que se ríe
ante su rústico aspecto...
-Oiga, podría decirme...
¿dónde queda Recoletos...?
-¿Recoletos? ¡Re... canastos...!
para hablar debía primero
mirar donde pone el pie...
¡Me dió un pisotón tremendo...!
-Ay, perdone, señorín...
¡fue en sin querer...!
-Bueno bueno...
Pues tiene que andar un poco:
¡Recoletos está lejos...!
-¡Ay, madre, voy a perdeme...!
-No se apure: Yo le enseño,
que voy a pasar muy cerca...
-Señor munchu y lu agradezcu,
porque claru, non sé andar.
¡por aquí... soy forasteru...!
-Ya se le nota... ¿Asturiano...?
-Xustu... ¿De cerca de Ovieu...!
Peru, ¿comu lo notó...?
-Por el habla...
-Pos tien méritu...
por que una vez en Xixón...
naide me acertó col pueblu...

         Y allá van, Alcalá arriba,
charlando como los buenos;
-¿Non tuvo nunca n'Asturies...?
-¡Un año de veraneo...!
-¡Uy, comu aquello no hay nada...!
-No está mal... Pero prefiero
este cielo de Madrid...
-¿Y no i aburre tar viéndulu
siempre igual... Por allá cambia...
y tan prontu tá muy negru,
como se pon muy clarín...
o salen nubes a cientos...
-Y no tienen edificios
tan altos y tan soberbios...
Aquella es la Telefónica...
-Sí, ye alta, compañeru...
¡pero al llao de la torre
de la Catiedral de Ovieu...!
-Ni tienen tantos teatros,
ni cines tan estupendos...
Un Capitol... Un Callao...
-¿Un Callao...? Güeno... güeno...
Allí todos son sonoros...
¡callaos non los queremos...!
-Ni un Metro  bajo tierra...
-Tenemos miles de metros
de mines... Y non ye un tren:
son vagonetes a cientos,
jaules que suben y bajen
por unos pozos tremendos...
¿Qué sería de Madri...
sin carbón en el inviernu...?
-¿Sin carbón...? Vaya una cosa...
Y en cambio en Madrid tenemos
la Casa de la Moneda...
que es donde se hace el dinero...
-¿Un sitiu na más...? ¡Que probes...!
En Asturias, compañeru,
unos hácenlu en la Bana,
otros hácenlu por Mejicu,
en Puerto Rico... en toos llaos:
con las mines, con los huertos,
con el maíz, les manzanes,
con la industria, con los puertos...
-¿Entonces, todos son ricos...?
-Home, non... Según lu hacemos
gastámolo a la menuta...
¡derrochadores que semos!
-Y no tienen la belleza
que encierran nuestros museos:
cuadros de Velázquez, Goya, Ticiano, Rubens, El Greco...
¡Allí no tienen un Prado...!
-¿Un prau...? Usté non ta güenu...
¡Hailos a dar con un palu...!
-Hombre, el Prado es el Museo
donde se exponen los cuadros...
-Cuadros non sé si tenemos...
Pero cuadres...¡sí las hay...
con vaquines, con terneros...!
-¡Ni tenen Puerta del Sol...!
-Puertas... non sé, pero Puertos...
el de Xixón, San Esteban,
Pajares y Leitariegos...
-Ni tenen una Bombilla...
-Tenemos luces a cientos...
-Ni un parque como el Retiro...
-Allí hay el retiru obreru...!
-Ni un barrio de Lavapié...!
-Allí non somos tan puercus:
tenemos miles de playes
pa lavar el cuerpu enteru...!
-Ni tienen, la Castellana...!
-Hay castellanes a cientos:
unes tienen fruteríes,
otres tiendes o comercios...
-Ni hay un puente de los Franceses...
-Hay un Puente de los Fierros...
-Ni tinene una montera...
la Gran Vía... Recoletos...
-Hay una Monetera en Sama,
una Gran Vía en Ovieu...
y Recoletos... paezme
que antes había un Colegiu
xuntu a la Universidá...
-¡Demonio: Que es usted terco...!
Pero... no bailan el chotis...!
-¡Bailamos el xiringüelu...!

         Y así charlando, charlando...
llegaron a Recoletos...
-Bueno amigo: ¡Ya llegamos...!
¡Adios, Pinón...!
-¿Que ye estu...?
¿Peru conozme, señor...?
-Claro. ¡Si soy de Olloniego...!
-Madre del alma... ¡un paisanu...!
¡tuvo tomándome el pelu...!
¡VAmos a entrar a un café
pa festejar el encuentru...!
-De acuerdo: aquí cerca hay uno...
-Sí... Ya toi viendu el lletreru:
"Café Gijón..." ¡Virgen Santa...!
¡Un café paisano nuestro...!
¡Pero que grande ye Asturies...!
y esti Madrí, ¡qué gran pueblu...!





ALFONSO IGLESIAS LOPEZ DE VIVIGO
HISTORIAS DE UN CAFÉ CONTADAS POR SUS PAREDES



.............

-          Mi primer beso, mi primer beso me lo dio Mariano, recuerdo que se hallaba cerca mi hermano que al presenciarlo y sin mediar palabra me dio un bofetón.

Esto lo decía Maruja, una mujer elegante, que superaba los sesenta años, a Felipe un hombre coqueto de buena planta y de exquisito corte de pelo, un amor en el postrero otoño de su vida y que no hacía mucho, sin duda, se habían conocido.

Se lo dijo sin tapujos, sin esa sensación que puede generar decirlo o confesarlo cuando uno es más joven. Atrás habían quedado los remilgos de una educación machista donde la mujer debía reunir solo virtudes y no tachas, taras o defectos.

Ella se sentía muy atraída por Felipe. Hacía un tiempo que fue operada de cáncer y así se lo volvía a confesar como poniéndolo en antecedentes del poco o mucho tiempo que aun tenían por vivir, pero que representaba una cuesta arriba para coronar la cumbre de una felicidad postrera. Se lo decía a la cara, mirándole a los ojos en un altillo de un vetusto café, lejos de los atisbos lascivos de envidia, de burla que podían llegar a generar entre sus iguales, pues ambos se encontraban con sus manos entrelazadas.

Por su parte, Felipe quería hablar de su vida, pero era Maruja la que quería que conociera primero de ella, de su pasado, de sus experiencias , .....

Tal se parecía como si ya hicieran lustros, décadas que se conocieran. Una amistad reencontrada, una puesta al día de años de existencia separados.

Oía besos, besos de amor mezclados con algo de pasión, besos cortos como furtivos, besos que no quieres que paren, tan solo para degustarlos y sentir ese hormigueo tan característicos cuando dos personas han nacido para estar juntas toda la vida. Entre las comas, puntos y comas, y puntos seguidos, de los besos, podía intuir que había miradas, ayes del tiempo perdido que se decían todo.

................. 

Ernesto, hombre entrado en canas, educado hasta extremos insospechados, con voz potente y pertrechado con una rancia cartera de cuero hacia su entrada en el salón donde le esperaban, ya desde hacia un largo rato, dos de sus pupilas, que querían exprimir sus conocimientos y sabiduría.

Siempre y tras los saludos de rigor, inculcados sin duda alguna desde su infancia, como norma de etiqueta, educación y cortesía, se quejaba una vez más de lo madrugadoras que eran sus alumnas. Sin duda alguna, se excusaba pues apuraba cada día más el tiempo.

Sus discípulas, señoras de renta sin duda alguna, no forjadas por sus propios trabajos independientes, se despachaban preguntándole a Ernesto las dudas surgidas en su anterior encuentro. Ernesto por su parte, intentaba poner calma y orden, pero en muchas ocasiones se veía desbordado abrumado y terminaba recurriendo a un golpe seco en el mármol frío de la longeva mesa del Café.

Yo reconozco, sin duda alguna por ignorancia y también, por que no decirlo, mi falta de motivación para los juegos de mesa, la clase resultaba difícil y eso que Ernesto mostraba empeño en que sus alumnas aprendieran a jugar al Bridge.

.................

El mismo día que ocurrían estas historias, Pello, lector habitual de la prensa local, nacional y deportiva, ocupó una mesa exterior al recinto acristalado, que según me enteré se debía a la incomoda presencia de la pareja, y a la voz alta y profunda de Ernesto.

.................

Y fueron entrando más personajes, como si de un escenario se tratase, Pepe y Curro para repasar el examen de física,

-          Un cuerpo de peso P, cae desde una altura H, calcular la velocidad de caída teniendo en cuenta la fuerza de gravedad, debiendo hallarse las incognitas, .....

Infumable, ellos lo entenderían, porque lo que soy yo .........

.................

El altillo del vetusto café era un mundo distinto, un infra mundo aunque estuviera en una estancia más alta, acristalado, por mor de la primera ley del tabaco, lo que sugería a los de abajo que los de arriba eran peces, pues de autentica pecera se trataba. Las paredes retumbaban según las horas y sus moradores, podía parecer una biblioteca como un mercado o un plató de cine.

.................

No hará muchos días, un grupo de jóvenes entraron como Atila o como un elefante en una cacharrería, rompiendo la paz que se respiraba, llamando la atención de las integrantes de una mesa de tute, la de un joven que se comunicaba por video conferencia con amiga que vivía en París.

Sin mas recursos que los que llevaban en cima y tras solicitar la vitualla, cafés y bizcochos, empezaron a rodar. El único sonido estridente lo generaba la claqueta de la escena y toma. No me pude enterar si se trataba de un corto, un largo o el ejercicio practico de una clase de imagen.

................. 

El altillo, tiene su vida propia e independiente del resto del local, sus mesas de mármol blanco apoyadas en pies forjados de hierro, sillas curvas de café, asientos de listones de madera con cuadrantes de escay y dos pilares de hierro que asoman, y la luz de sus tres ventanales junto con la cristalera por donde emerge la luz de sus hermanos de la planta calle, dan suficiente luminosidad al entorno

Además no pasa desadvertido las voces de la barra del bar, del característico ruido, sinfonía de cualquier establecimiento, como es el golpe de la cucharilla contra el plato del café, circunstancia que acogen algunos para hacerse confidencias o tramas de negocios y políticos por que no pensarlo.

.................


Ahora, estoy presente y asisto a una clase de español que imparte una señora que otrora fuera, sin duda alguna, profesora en algún centro educativo, la aprendiza por el acento parece angloparlante, las correcciones son brillantes, la fluidez es buena, no se le nota traducción, esto me recuerda a la película My Fair Lady "cuando llueve en Sevilla es una pura maravilla o la lluvia en Sevilla es una pura maravilla". Un poco más al fondo, se oyen los rezos de alguna conversación, de la que resulta difícil hilar, debido al ruido de fondo proveniente de abajo junto con el crujir del suelo de madera de los clientes que suben a los servicios.

lunes, 9 de marzo de 2015

UN SUEÑO ¿...?


Había firmado mi último escrito relacionado con mi profesión de abogado. Nadie, nadie sabía que durante esa tarde iba a dar por finalizado mi corta o dilatada carrera.

Los abogados, al igual que los toreros, no llegamos a cortamos jamás la coleta, pero yo era la excepción. Mi esposa, la que tanto me había aguantado, a la que tan sólo llegue a empatar, merecía unas vacaciones, un disfrute de lo que años atrás no pudimos tener, y por eso no lo sabía; sería una sorpresa cuando se lo dijera. Esa tarde pasaría, como otras tantas durante más de veinticinco años, a recogerme para dar una vuelta antes de ir a casa, la diferencia era que durante mis primeros años, yo estaba de pasante, después me independicé y hoy tenía un edificio que sí no llevaba mi nombre poco le faltaba, ya que mi bufete albergaba a una sociedad de economistas, ingenieros, arquitectos, médicos, editores y, como no, abogados en un número que triplicaba al resto de los miembros.

Ahora, a pocos minutos de salir por última vez de mi despacho, hice reflexión de todos estos años, y lo único que saqué en claro es que me divertí trabajando en lo que yo quería, aunque hubiera momentos críticos, muy críticos, que me hicieron pensar en cerrar al principio de todo este emporio, cuando el único miembro de la firma era yo mismo.

Una lágrima asomó por el ojo derecho, al que fui sometido en una ocasión a un bombardeo de rayo láser, miré a mi alrededor, observé mis títulos de bachiller elemental, del superior, el de mi carrera y el de la Escuela de Práctica Jurídica, el resto, hasta casi un centenar que se encontraban repartidos en la planta que ocupaba.

Recordé el primer coche de mi infancia -un Gordini u Ondine-, el conocido por el de las "viudas", del seiscientos de mi esposa y del "Popoyo", de los días de colegio cuando iba de pantalón corto incluso en invierno, de los trajes de domingo, de los emocionantes preparativos de los viajes, de mis padres que habían luchado porque saliera hacia adelante, de mi hermano que lo perdí demasiado pronto al tener que prescindir de su compañía por motivos laborales aunque cuando estoy con él disfruto nuestras largas separaciones y de otras tantas cosas que bullían en mi cerebro; y por fin, con un "muchas gracias", cerraba la puerta de acceso de mi despacho.

Cristina, mi secretaria, que llevaba conmigo casi veinticinco años, se quedó perpleja por la expresión al vacío de la habitación, le sonreí pícaramente como si se diera cuenta que era la última vez que nos volveríamos a ver en esas dependencias.

Como mi despacho se encontraba en la última planta, procedí a bajar las escaleras de los seis pisos que me separaban del portal, viendo como, a esas horas de un viernes por la tarde, la gente estaba terminando de trabajar para dedicar el resto de la tarde y la noche a juerguearse. Con reverencia me iban saludando los distintos miembros de mi firma, vi a un pasante que tímidamente se atrevió a saludarme, me acerqué a él y le pregunté su nombre, respondiéndome que se llamaba Pelayo, que había terminado la carrera de Derecho y que agradecía le hubiera fichado, ya que él nunca pudo imaginarse que, con su vulgar curriculum, pudiera acceder aun despacho; le animé en lo que pude y con la cabeza, ahora sí alta, se despidió todo orgulloso con un ¡hasta luego!. Ellos eran el futuro, no sólo de la firma, sino también de la profesión.

Por fin, llegué a la entrada al edificio; José, el portero, al verme se levantó de su silla y me indicó que mi esposa no había llegado todavía, le pregunté por su familia y me dijo que todos estaban bien, me volvió a agradecer, por enésima vez, la ayuda que en otro tiempo le había brindado cuando le asistí en el Turno de Oficio por un supuesto delito de robo (del que fue condenado a tres años de cárcel, y del que conseguí un indulto del Gobierno, al comprometerme a ayudarle, dándole trabajo tanto a él como a su mujer y estudios a sus hijos, de los que dos de ellos, ya que tenía cinco, se encontraban trabajando en mi firma). Era un hombre sencillo, pero que daría su vida por cualquiera de los míos. Al rato de la conversación apareció mi esposa, en el hall del edificio y, tras saludar cordialmente a José, cogidos de la mano, nos fuimos con un ¡hasta el lunes!. Un instante antes de salir, detuve mi andar e inhale el aire del edificio, mi última bocanada de los 100.000 metros cuadrados, que contaba con un salón de actos con capacidad para 350 personas, tres salas de juntas de distinta capacidad, despachos, una biblioteca con más de 25.000 volúmenes, cuarenta servicios, tanto de hombres como de mujeres, un pequeño gimnasio son saunas y baños turcos para los momentos de tensión, y, en definitiva, trescientos personas en el edificio.

Salimos y nos dirigimos a tomarnos un pincho de tortilla -eran los mismos que hacía treinta años, aunque más viejos, no los pinchos sino sus dueños- luego, pasamos a tomar unas gambas con gabardina y ya con la tranquilidad de la edad, nos encaminamos a nuestro domicilio. Eugenia nos tenía preparada la cena: un consomé, un pescadito y fruta, ¡con lo que me gustaba a mí la comida!, pero el médico me indicó, hacía ya quince años, que si quería vivir debía cuidar mi dieta alimenticia, debido a una úlcera por el stress dichoso. Vimos la televisión un rato, ya que tenía que acostarme pronto porque al día siguiente, si bien ya no jugaba al fútbol con el colegio debía, como hice durante muchas temporadas, acompañar y animar a sus integrantes, mis compañeros. Me acosté y cuando estaba esperando a mi esposa para contarle mi decisión de dedicarle el resto de mi vida a ella al cien por cien, noté que me faltaba el aire, que no podía respirar ni moverme, el dolor en el brazo se había desplazado hacia mi corazón y, de repente, me vi tumbado en la cama y que mi esposa me llamaba intensamente sin que obtuviera respuesta; los gritos eran cada vez mayores, pero yo me sentía bien, muy bien, con una paz que no había encontrado en toda mi vida.

Todo se había terminado y así lo entendí, cuando, sobresaltado y sudoroso me desperté a las cuatro de la mañana en una solitaria cama de mi residencia de soltero y comprendí que aún estaba sólo en mi despacho, que la firma existía, pero con único trabajador, que era yo y que apenas tenía treinta años y todo un futuro por delante.


Auseva
TODO EMPEZÓ.........


Era el final de un verano o, tal vez, ya había dado comienzo el otoño. En todo caso, ya han pasado muchos años y la memoria con el tiempo y el no uso se atrofia, en estos matices.

Manufacturas Heifier, S.A. era la empresa para la que trabajaba, y me mandaban a una convención en Madrid. Yo por aquel entonces residía en Gijón, bueno no he residido en ningún otro lugar, que tontería. Era el último del escalafón, de una larga cantidad de pretendientes para la sucesión de la Delegación, aunque en antigüedad, tras el Delegado, era el más veterano, pero los jóvenes atacaban con más fuerza e ímpetu, sin importarles para nada lo que pudieran sentir por ello.

El Delegado pilló una gripe en el penúltimo momento y me pasaportó, con cajas destempladas, puesto que a él sí que le gustaba mucho este tipo de eventos. A mí, como aquel que dice ni fu ni fa, ya tuve ocasión de asistir a otras y si soy sincero con lo que la empresa matriz se gastaba podía aumentarnos un poco más el sueldo. Pero supongo que a los jerifaltes, lo que más les interesaba era darse un abierto durante unos días a gastos pagados.

Y me fui solo, bueno es que en realidad estaba solo, había enviudado hacia unos años y los hijos, un niño y una niña, vivían ya su propia vida. Es cierto que, tras el fallecimiento de su madre, yo no me supe imponer y hacían de mí lo que querían, a la postre lo prefería así, se forjarían un buen futuro sin duda sin la sombra o protección de su padre. Pero que conste que no eran malos chicos, me querían, me querían a su manera y eso era más que suficiente, por que el apego a la postre es un lastre que no te deja moverte.

Como iba a dietas, preferí buscarme por mi cuenta un hospedaje digno y económico, y lo encontré en la plaza de Emperador Carlos V, frente a Atocha, Hotel Mediodía, un hotel que, sin duda, en algún momento de su vida tuvo sus momentos de regia presencia para los habitantes de la villa de Madrid, pero que ahora, con el paso de los tiempos, por sus paredes rezumaba su decadencia. Pero estaba bien, céntrico, limpio, y para dormir, era más que suficiente.

Aunque empezaba el lunes la reunión de trabajo, decidí salir el viernes y lo hice en un expreso o también llamado en otros tiempos Correo, “El Costa Verde”, el AVE era caro pero más que eso, no representaba el encanto que con él que se estaba perdiendo de viajar en tren.

A primera hora de la mañana del sábado el tren arribó a la estación de Atocha, con retraso, estos trenes tenían esa costumbre que siempre llegaban con tardanza. Con andar cansino fui dirigiéndome a la salida, apenas había podido dormido debido al traqueteo de las obsoletas vías y traviesas de la línea férrea, pero aun así y con todo, el respirar los primeros aires de contaminación de la capital me ilusionó y me dio fuerzas para poder disfrutar de mi estancia.

Para intentar conciliar un poco el sueño en el asiento de un compartimento de primera, había intentado planificar mi día y medio de vacaciones. Lo primero acercarme al hotel, con sólo cruzar la plaza allí me lo encontraría, lo más difícil es que tuviesen una habitación a esas horas de la mañana, sólo la precisaba para darme una ducha y refrescarme; luego, me dirigiría a la exposición inaugurada hacia unos meses de Sorolla en el Thysen- Bornemisza, tras el cual y cruzando el paseo, me adentraría en el Museo del Prado, me dejaría llevar por otros genios de la pintura, Tiziano, Tintoretto, Goya, Velázquez, Greco, Picasso, ......, en fin, me emborracharía en el museo. El horario era lo suficientemente amplio que se me pasaría el día, sin duda sin darme cuenta. Ya al cierre, me daría un reconfortable paseo por el parque del Buen Retiro. Rememoraría mi paso por esas extensiones de verde de domingos de primavera impregnados de parejas amándose, de niños correteando, de ancianos acariciando los primeros rayos del sol. Para cenar, pasearía por el Madrid de los Austrias, las “Cuevas”, sin duda me darían descanso y buen yantar a este humilde paseante. Y ya de noche, un relajante paseo de regreso al Hotel en el que me facilitaría un seguro buen y reparador descanso.

Y así poco a poco conseguí dormir unas horas con el trajín del traqueteo del tren.

Tuve suerte, al registrarme en el Hotel, me dieron una habitación con vistas, tal como había rogado o mejor dicho suplicado, a la Plaza, desde mi otero divisaba el Ministerio de Agricultura al fondo a la izquierda y frente a mi la majestuosa Estación de Atocha.

Una ducha me reconstituyo de forma prodigiosa.

Con nueva vestimenta, con aroma a limpio, uno ya desde que era pequeño le incomodaba ese olor que se impregna en la ropa del tren de estar sentado en las butacas o sillones o asientos, salvo en aquellos vagones de tercera que eran de madera que olían a queso, verduras frescas, embutidos, vino rancio y a chiquillos.

Acicalado me puse en camino. Aun faltaban unos minutos para que la exposición abriera sus puertas en el Thyssen-Bornemisza, así que decidí desayunar un buen café con leche y unas porras que servían en una cervecería justo debajo del propio hotel, para poder extasiarme con el pintor de la luz, sus realistas distanciados paisajes urbanos, sus retratos y sus marinas, el impresionismo de lo cotidiano, de lo cercano, del día a día.

La visita se prolongaría más de lo esperado pero no me importaba el día era largo y si mi visita al Prado se veía interrumpida con su cierre, siempre tendría la posibilidad de volver al día siguiente. Uno hace planes y, le salen rosarios, pero no adelantare más de lo necesario, por que aun no es el momento.

Y fui recorriendo las salas, con parsimonia, imbuyendo cada pincelada de cada una de las obras que se presentaban delante de mí, y mientras veía un retrato de “Maria”, un óleo sobre lienzo de 110 x 80 cm. de 1900, me fije en ella. Como se parecía la protagonista del cuadro, era extraordinario, con unos años más pero sus rasgos faciales apenas diferían. Ella observaba otra obra, una marina "Bajo el toldo. Zarauz" otro óleo de del aparente igual tamaño pero de 1910. Debió de percatarse que estaba fijando mi mirada en su rostro, por que, de repente, y sin darme tiempo de reaccionar, se giró hacia mi, por unos instantes me puse rojo, y simplemente de forma estúpida articule un bajito, a penas imperceptible, buenos días. Ella tal vez, por lo habitual de la expresión alcanzó a devolvérmelo con un gesto.

Que vergüenza he pasado siempre en este tipo de situaciones, aun hoy después de muchos años se me pone la piel de gallina pensar en aquel instante.

No se de donde saque el valor pero, ....., inicie una conversación.

-          Perdone pero, es que, es que ,........, yo estaba, esto, esto, –mi tartamudez en situaciones así asomaba-, estudiando los rasgos de la protagonista me percate en su presencia y del gran parecido que Vd. tiene con ella.

Con un mohín de curiosidad se situó a mi lado, frente al cuadro, se acercó, se alejó, volvió a acercarse y alejarse, al final su rostro se enfrento al mío, sus ojos, ¡que ojos!, me fusilaron, y levantando los hombros en señal de extrañeza se dirigió al óleo de la marina.

Tan cortado me dejó que apenas pude contemplar el resto de los oleos expuestos en esa sala, así que me encaminé a la siguiente, y antes de traspasar el dintel de la puerta gire sobre mi mismo y la vi que se había situado delante de “Maria” y lo que sin duda no había hecho en mi presencia lo estaba haciendo ahora, incluso de su bolso saco un pequeño espejo, y no paraba de mirarse en el y mirar el cuadro, y así estuvo un buen rato, en el que no me moví. Antes de irse, sacó un pañuelo de su bolso y se lo paso por los ojos, y se fue por la puerta que yo había entrado. Ahora vacía, mi garganta se hizo un nudo, me hubiera gustado haberle dicho algo, pero, ..., se fue.

Continué la visita, no sin dejar de pensar en “Maria” y la muda visitante.

Había terminado más tarde de lo deseado, pero antes de abandonar el museo pase por la tienda, y mientras escudriñaba sus rincones, alguien me empujo, y al girarme me di cuenta que era la doble de “María”, ella me miró, se sonrojó al mismo tiempo que me pedía disculpas y sin darme tiempo a restar importancia al incidente, me espetó:

-          Perdóneme por mi falta de educación arriba en la sala, pero es que ...., –me sorprendió su afirmación-.
-          No, no hay problema, es normal, –fue lo único que alcance a decir-.
-          Tiene Vd. razón, el parecido es asombroso, además el cuadro me da la sensación que no se llama simplemente “Maria” sino “Maria Clotilde” y sabe, y eso es lo más curioso, que sé su historia, y esta se la debo a Vd.
-          ¿Cómo? –según tenía entendido Joaquín Sorolla Bastida tuvo una hija, María Clotilde-.
-          Si señor, cuando Vd. se retiró, volví a verlo y recordé una historia que me contaba mi tía bisabuela de niña antes de irme a dormir, y atando cabos he averiguado la historia de la niña del retrato.
-          Umm, –acerté a decir, con intriga y cierta curiosidad-.
-          Pero permítame presentarme, me llamo, María Clotilde Señer Mocholi, pero todos me llaman Clo, vivo en Valencia y he venido a Madrid por motivos de trabajo, y Vd. ¿cual es su gracia?.
-          Yo, yo me llamo –otra vez el tartamudeo que me invadió- Oscar Peláez Soro, vivo en Gijón, y también he venido por motivos de ...... –y antes de terminar me cortó-.
-          Le invito a comer, aquí cerca hay un mesón que tiene una carta maravillosa y se come fenomenal.
-          Es que yo, es que yo.......
-          ¿No quiere aceptar mi invitación?, ........
-          No, si yo, .........
-          Que la misma sirva de desagravio por mi falta de educación, antes, ....., salvo que Vd. tenga algún compromiso, ¿lo tiene?,
-          No........, yo solo me iba a visitar el Prado, ........
-          ....., yo hablo por mi, yo estoy sola este fin de semana y si le soy sincera, aunque conozco a muchos amigos en Madrid, en este viaje, no se porque, he decido prescindir de ellos, algo me decía que seguirían estando en otras ocasiones, pero que esta debía estar sola, .......
-          Pero es que, no quiero, molestarla, sinceramente no se si soy buena compañía, ......
-          Déjese de milongas y acompáñeme.

Sin poder resistirme más, me asió del antebrazo y me sacó de la tienda y del museo y sin darme cuanta de cuanto habíamos recorrido, entramos en un mesón o casa de comidas.

Y fue aquí donde los planes se hicieron rosarios, y donde mis microvacaciones cambiaron, pero cambiaron para ...............

Nos sentamos en una mesa junto a una ventana, una vez situado espacialmente sabía que me encontraba en la calle Atocha, un camarero de chaqueta y camisa blanca, corbata y pantalón negro nos hizo entrega de la carta.

-          ¿Oscar le parece que pida por los dos?
-          Por mi, ..............
-          Tiene hambre?
-          Bueno, ....., –mentí, después del viaje y de la mañana en el museo, tenía más que hambre, hambruna.
-          Y si te parece nos podíamos apear el tratamiento del usted, hoy en las postrimerías del siglo XX, resulta moribundo el tratamiento.
-          Por mi, María Clotilde me ...........,
-          Clo, por favor,
-          Vale Clo, muy bien.

La conversación resultaba que podía empezar a ser de besugos, pero ¿qué le podía yo decir, contar,......?, lo que no le iba a decir de sopetón es que era preciosa.

Su edad, más joven que yo, siete u ocho años menos tal vez, tenía unos cabellos de color azabache, brillantes, media melena, sus ojos, sus ojos eran profundos penetrantes, era de esas pocas personas que te ve al hablar no solo a la cara si no a tus propios ojos, lo que resultaba duro, y eso que yo estaba más que acostumbrado a ver a la cara, lo que la gente no lo está es a mantener su mirada, pero ella, ella la mantenía. Le gustaban los pendientes, sin duda alguna, llevaba unas perlitas con un brillantito, que realzaba su cara, eso sí, cuando su cabello los dejaba asomar. Vestía de sport, una camisa blanca y un jersey crema, falda recta gris marengo, medias o pantys negros, supongo que las segundas que por lo visto son más cómodas y zapatos de tacón bajo Burberry, con bolso a juego, un collar de oro y una medalla. Era una autentica pija, pero una pija maravillosa.

Reconozco que estaba posado en un nube, yo no formaba parte de su entorno, de su mundo, además yo, no tenía una figura que llamara la atención, no digo que fuéramos el punto y la “i” pero casi, casi.

-          Y bien, ¿que haces en Madrid, un sábado por la mañana?
-          Como tú, el lunes tengo una reunión de trabajo y he aprovechado para tomarme una mini vacaciones.
-          Y vengo yo, y te las fastidio, seguro que tenías pensado hacer otras cosas ahora mismo.
-          Pues, si te soy sincero si, tenía pensado haber ido a continuación al Prado, y emborrarme en sus distintas galerías.
-          Lo siento de verdad, comemos y te acompaño, hace tiempo que no lo visito, y seguro que ir contigo me servirá para aprender más.
-          No, no te preocupes, seguro que tienes que hacer más cosas que acompañar a un desconocido y por que no tal vez aburrido acompañante,.....
-          No, en serio, si fuese así no estaríamos sentados en esta mesa, no suelo ir a comer con el primer desconocido que conozco. Me siento contigo, desde que te vi en la sala, me siento,.............

En eso que se acercó el camarero, que inoportuna interrupción, para tomar la comanda. Ella, como se había comprometido, encargó la comida, unas croquetas caseras, que dijo que eran famosas en todo Madrid, una ensalada y lechazo para los dos, hasta el vino, un Ribera del Duero.

Entre bocado y bocado, fuimos comentando cosas vanas, insulsas, anécdotas, viajes, y así llegamos a los cafés.

El reloj marcaba las cinco de la tarde, algo dentro de mi se desmoronó, entre ponte y estate quieto, en media hora larga podría estar visitando el museo, pero apenas, ya me daría tiempo a visitar un par de salas. Pero me sentía bien, el cambio sin duda era más que satisfactorio. Los cuadros no se moverían

Tras los cafés, ella insistió en abonar la cuenta, adujo sin recato alguno, que iría a cargo de la empresa.

En la puerta del asador, me asió con dulzura del brazo. Cuanto tiempo hacia que no sentía el calor y la presión de una mano en mi brazo, desde que Sofía se fue para siempre, de esto hace más de cinco años, pensé que ya no lo volvería a percibir. Miró el reloj y ...
-          ¡Huy!, son casi las seis de la tarde y tú querías ir al Prado,
-          No padezcas, mañana será otro día.
-          Un millón de perdones, no sabes cuanto lo siento, es que tu compañía y yo que algunas veces no paro de hablar, ......., no sabes cuanto lo siento.
-          En serio, no es problema, además hace una tarde de las de aprovecharlas paseando, te, te apetecería acompañarme por el Retiro.
-          Si, que me encantaría pasear contigo por el retiro y ..........


Un autobús me impido poder oir el resto, pero me resultaba indiferente, estaba con ella.