¿A DONDE IR?
Recomiendo para su lectura tener de fondo
la BSO de la película:
EL ABUELO (1998) de José
Luis Garci y música de Manuel Balboa
https://www.youtube.com/watch?v=944waav4W78
Planta
once, una voz neutra,
inexpresiva, le precedió la apertura de las puertas del ascensor.
Ante
ella, una mesa de control vacía hacia de encrucijada de pasillos de obligado
paso, a sus ambos lados puertas y puertas, todas ellas numeradas y cerradas. El
Centro, por lo que sabía de los pocos meses que llevaba trabajando para la
contrata, tenía esta planta destinada para posibles imprevistos y a la espera
de la centralización de los servicios regionales.
Ya
tuvo ocasión de escudriñarla en un par de ocasiones, así que tomó el pasillo
"este", por el que a esas horas empezaban a entrar, por sus
grandes ventanales, los primeros rayos de sol de esa mañana fresca de finales
de verano, principios de otoño.
Tras
recorrer la totalidad del ancho corredor, se encontró con la imagen de una
ciudad que empezaba a desperezarse, a quitarse las legañas de la noche y
entendió que lo que iba hacer era lo correcto para ella y sobre todo para
Serafín, la razón por la que aún seguía rodeada de aquello que nadie, nadie
podría llegar a aguantar.
èèèèè
- Manuela, con voz queda, me dijo hace ya unos
cuantos años en la cama de un destartalado hospital para gente terminal mi
anciana madre, sal de aquí, huye, no mires atrás, salta de este infecto
mundo donde nosotras no somos nada, Has sido una buena hija, yo me culpo de mí
egoísmo de no haberte dicho esto cuando eras más joven.
- Madre
....., le susurré al
oído, por favor deje de hablar, de sufrir, .....
- Calla
hija, te lo ruego, calla y déjame decirte lo que debí decirte ..... Vete, no te
dejo nada, pues nada tengo, la casa donde vivimos es del Patrón, y como bien
conoces una vez fallezca te la despojaran pues no trabajas para ellos, yo por
viuda me han dejado utilizarla pero ahora, ahora te echaran ....... Vete,
intenta olvidar de donde vienes, vete, huye. Esta vida no es para nosotras, no,
al menos hoy por hoy y menos en este lugar.......
En
ese momento, sin más razonamientos, sin más consejos, comprobé que mi madre
acababa de fallecer. Este hecho fue mi "segundo después".......
Aun
tardé un largo rato en llamar a las enfermeras, aproveché ese tiempo para
arreglarla, como lo había estando haciendo desde que un día de frío invierno
acudieron a la escuela del poblado para sacarme pues mi padre había fallecido
en un derrumbe en la planta catorce y mi madre ante la noticia se quedó
turbada, ida, como si su vida se hubiera parado en ese instante, ..... Ese fue
mi "primer después".
Yo
por aquel entonces, apenas ya ni me acuerdo, tendría unos doce o trece años,
pero se que desde ese momento, mi vida se centró en cuidar de mi madre hasta
hace unos minutos. Y ahora, y ahora ¿que hago?, me empecé a preguntar para mí,
y ahora, y ahora ¿que hago?, pregunta que me repito una y otra vez y a la que,
algún día y no a mucho tardar, le daré respuesta.
Me
llamo Manuela García Plaez, ahora tengo cuarenta y dos años aunque debo
aparentar más o parecerme a una anciana y poseo una limitada formación, apenas
se escribir, leer, sumar y restar. Lo único que conozco es Montilla del Pozo,
mi pueblo; un pueblo minero perdido en el norte del país, que me vio nacer,
donde mis padres recalaron por trabajo venidos del sur; donde cada casa era un
mundo, donde apenas se hacia vida de puertas hacia afuera, como si cada uno de
sus habitantes guardaran sus propios secretos en el interior de sus viviendas,
eso sí con la salvedad de los sábados, que era el día de paga, donde las voces
crecían en intensidad de tono, donde la paz de la semana se quebrantaba, y que
por mucho que les preguntara, ni mi padre ni mi madre me llegaron a explicar
que pasaba esas noches.
Yo
sólo conocí mi submundo, donde mi padre cuando llegaba de trabajar repartía
besos a mi madre y a mí, sin duda dando gracias por seguir estando junto los
tres. Cuando el tiempo acompañaba salíamos a comer a la sombra de la carbayera
o a su cobijo los domingos tras asistir a misa. Aún pesa en mi recuerdo que a
excepción de mi padre y unos muy pocos ancianos, no había más hombres en la
Iglesia, solo mujeres; estas siempre calladas y que como hormigas tras la
celebración religiosa regresaban con las cabezas gachas como con desgana
tomando el camino que las devolvía a sus casas.
De
mi paso por la escuela los recuerdos son borrosos, ya casi olvidados. Compuesta
mayoritariamente por niñas pues los chicos la abandonaban a los diez años para
comenzar a trabajar en la mina. Creo que fue ahí cuando empecé a comprender que
las mujeres no éramos importantes en esa sociedad.
Una
mañana, unas semanas antes de que mi padre se dejara su vida en el pozo y,
cuando estábamos paseando por el poblado, nos encontramos con un grupo de
mozos, uno de ellos lo miró con desafío, con una de esas miradas que penetran
en el interior de uno y que infunden miedo. Mi padre, parece como si estuviera
ocurriendo ahora mismo, me apretó más la mano que me llevaba cogida y le
mantuvo la mirada, metros más allá se paró y tras casi arrodillarse en el suelo
y fijando sus ojos en los míos, me dijo:
- Manuela,
hija mía, bajo ningún concepto te dejes embaucar por ese joven, no he conocido
persona más mala que él, recuérdalo.
Ahora
sola en casa, y escribiendo con dificultad estas notas desordenadas, iba
evocando los escasos recuerdos de mi querido padre y los de mi madre.
Mi
"segundo después" aun se prolongó un poco más allá del
entierro de mi madre en la fosa que el cura tiene reservado a los feligreses en
el cementerio parroquial que no tenían medios para costearse uno propio.
èèèèè
Del
bolsillo de su bata de trabajo, sacó un manojo de llaves entre ellas una de
esas especiales, de tipo "allen" y abrió el gran ventanal
dejándolo colgado de la cerradura. Una bofetada de frío aire le golpeó sin duda
alguna su rostro. Había tomado la mejor decisión, la mejor que podía haber
adoptado, la mejor para ella pero sobre todo para Serafín.
èèèèè
Una
mañana al poco del entierro de mi madre unos golpes dados en la puerta de la
casa me sacaron de, en aquel momento, mis recuerdos; recorrí el pequeño y
estrecho pasillo y tras bajar unos peldaños de la escalera, puede adivinar una
figura a través del cristal traslucido de la puerta, así la manilla y la abrí.
- ¿Es usted
Manuela García Plaez?, me
espetó un hombre de estatura baja y vestido con un traje gris rancio, raído, y
muy desgastado por el uso.
- Si, emití con dificultad, si, soy yo.
- Manuela,
vengo a entregarle esta carta de aviso de desalojo de esta vivienda en el plazo
de un mes desde el día de hoy, pues nos consta que su madre, viuda de Salvador
García y que la venía usando por su estado civil con el beneplácito del Patrón,
ha fallecido.
- Si, ya me
previno mi madre, en su lecho de muerte, que no tardarían mucho en presentarse.
- Si firma aquí,
le dejaré para que empiece a recoger sus enseres y proceda a dejar libre la
vivienda. No se atrevió a
mirarme a la cara, tan solo extendió un libro donde firmé y acto seguido me
entrego un sobre con el aviso de desalojo. Muchas gracias y ......., la
acompaño en el sentimiento..
Cerré
la puerta y volví a la cocina, una vez sentada y ante la mesa, como estoy
ahora, me volví a preguntar, ¿Qué hago ahora?, no tengo nada, no tengo a
nadie, estoy sola, sola en un mundo que ni conozco.
Ese
mismo día por la tarde, volvió a oírse la puerta de la vivienda, sin apenas
fuerza y con mucha desgana, volví a abrirla, en esta ocasión sin poder ver
silueta alguna por el cristal, pues ya estaba anocheciendo.
- ¡Manuela!, exclamó un hombre cuya cara no me resultó
desconocida, aunque en esos momentos no reparé.
- Si,
¿dígame?.
- Quería
trasmitirte mi pésame por el reciente fallecimiento de tú madre de la que me he
enterado este mismo mediodía en la mina, por eso no he acudido antes. El tono del hombre, un poco mayor que yo,
era de confianza, desde su padre no había vuelto a escuchar una voz como esa.
- Se lo agradezco
......., apenas llegué a
decir y sin saber el nombre del hombre.
- Pedro, me
llamo Pedro, trabajo en la mina y soy vigilante, encargado del orden de la
explotación.
- ¡Ah!.
- Sabes
Manuela, desde hace ya unos años me había fijado en ti, cuando salías a dejar
la basura, o cuando comprabas alimentos a Esteban cuando acudía en su camioneta
o acudías al economato y todo dependiendo de mis horarios, pues unas veces
trabajo de día y otras de noche.
- ¡Ah, ya!, apenas podía articular palabra, primero
por la labia de Pedro y en segundo lugar por mí, que no estaba acostumbrada a
mantener conversaciones.
Esta
fue la primera de otras pocas más visitas que me giró Pedro, hasta que una
tarde a poco más de una semana de tener que dejar el piso libre, el se plantó
en casa y sin dejarme decir que no, se metió en el que aÚn era mi mundo, mi
refugio.
- Manuela,
permite que entre hace frío hoy como para pasear, y además, quiero pedirte algo
que es mejor que sea en casa.
Sin poder decir que no, Pedro entró directamente en la cocina, y prosiguió. Hace
ya unos cuantos días que nos hablamos, por lo que me he enterado en las
oficinas de la mina, ya te comenté que soy vigilante y tengo permiso para
pasearme por cualquier dependencia ......, bueno que en una semana tienes que
dejar esta vivienda. Tras una larga pausa prosiguió. Yo vivo aun con mis
padres, ya muy ancianos, y quiero salir, vivir mi vida, además tengo una edad
en la que ..., bueno he de echar raíces, y ......, ¿que si .....quieres ser mi
esposa?.
- ¡Eh!, fue lo único que acerté a emitir desde
de mi interior, me estaba pidiendo que me casara con él, yo que nunca había
tenido trato con nadie, yo que solo me dedique en los últimos años al cuidado
de mi madre, y que, no se que podía hacer desde su fallecimiento, que me
quedaba sin mi casa y sola, yo que tenía ya treinta años, yo que ......
- ¿Qué si
quieres ser mi esposa?, tú no tendrías que irte de aquí, y yo viviría mi vida,
ejem, carraspero de forma
forzada, contigo claro.
- Yo ........, no sabía que contestarle, le miraba una y
otra vez y su cara seguía resultándome conocida pero no recordaba de que, sin
saber como y porqué le respondí, si quiero.
èèèèè
Limpió
toda la planta, movió el mobiliario según se le antojó, acercando al gran
ventanal unas sillas que orientó hacia el exterior menos una que la puso debajo
de las hojas aun abiertas.
Tomó
asiento en una de ellas, mirando al exterior mientras seguramente hacia un
repaso a todo lo que esa mañana había hecho y porque no, toda su vida.
Se
levantó de la silla, se atuso el pelo con la mano, se recolocó la bata de
trabajo y comprobó por enésima vez que en el interior del bolsillo derecho de
su atuendo estaba el sobre, y se acercó a la ventana.
èèèèè
Aquella
misma noche, Pedro me hizo suya, me lo pidió con aquella voz que era imposible
decirle que no. No la recuerdo como algo inolvidable, más bien fue algo que me
provocó aprensión y sobre todo miedo, pero no tenía a quien preguntar ni pedir
ayuda o consejo.
Una
semana después, un sábado, y en la víspera de tener que dejar la vivienda, nos
casábamos en la iglesia, la casa pasó a estar a su nombre a los ojos del
Patrón. En la celebración, nos acompañaron unos amigos de Pedro vigilantes como
él, con una comida en el único bar del poblado, y tras los postres Pedro me
dijo que me fuera a casa, que el acudiría más tarde.
El
más tarde fue ya muy de madrugada, yo estaba casi adormecida en la cama de
tanto esperarle cuando el entró en la vivienda.
- ¡Mujer!, grito Pedro como si estuviera poseído, hostias
¿donde estas?.
- Aquí estoy, mientras entraba a trompicones en la
cocina.
- Ponme de
beber, saca vino que hemos de celebrar este día.
- ¿Vino?, en esta
casa nunca ha habido vino,
acerté a decirle.
- Que no hay vino,
eres una zorra, en ese
instante noté un latigazo en mi mejilla, su mano me golpeó de tal forma que a
punto estuve de perder el equilibrio y caer al suelo.
- Quiero
beber, zorra.
- No, no hay vino,
llegué a decir entre
lagrimas y sollozos.
- Desde
mañana quiero vino en esta casa, me has oído,... puta. Y ahora hazme lo que
sabes hacer so guarra.
Esa
noche y otras más que le siguieron, fueron de miedo, de asco, de indignación,
de rechazo, ......, no sabía que hacer, como actuar, que decir. Entre semana,
el llegaba tarde a casa, por el olor que emanaba sin duda del bar, cenaba y se
acostaba, yo con miedo me iba al cuarto de al lado, pero cuando llegaban los
sábados todo era más terrorífico, más miedo, más violencia, por él y por que
tenía que quitarle el dinero, sí quitarle pues no me daba cantidad alguna para
comer, solo para el vino.
Desde
el primer sábado que pasé con él, entendí el silencio de mis padres a mis
preguntas de mi niñez sobre ese día.
Pasó
algo más de un año desde que nos casáramos, Pedro quería que le diera un hijo,
su deseo no era, creo yo, por tener descendencia si no por demostrar a los
demás su hombría. Y sí llegó el embarazo, más deseado por él que por mí.
Durante nueve meses estuve más o menos tranquila, pero no del todo, pues se le
metió en la cabeza que no era suyo y que me había acostado con otro por tan
larga espera desde que por primera vez me hizo suya. Pero lo peor aún estaba
por llegar.
Al
dar a luz, tras un largo y complicado parto, la comadrona se llevó las manos a
la cabeza pues por su experiencia vio lo que otros inicialmente no se
percataron, y no fue hasta mucho tiempo después donde todo se derrumbaría para
mí y para Serafín mi hijo.
Serafín
fue un niño delicado en salud, muchas noches no cesaba en llorar y toser y con
el tiempo se le percibió una cojera por una malformación en su cadera, y un
retraso mental. Muchas noches, su padre, mi esposo, nos echó de la casa por no
dejarle dormir, los maltratos físicos a mi persona eran continuos, hasta me
ponía el cañón de la pistola que le habían entregado en la mina tras una
huelga, en mi cabeza y en la de Serafín. Protegí cientos de veces con mi cuerpo
el frágil de Serafín. Lo más triste de todo esto es que nunca recibí ayuda
alguna de las vecinas del poblado, ni mucho menos de los abuelos de Serafín,
los cuales nunca fueron a nuestra casa.
Sin
apenas dinero pues todo se lo quedaba Pedro, los alimentos escaseaban para
Serafín y su estado de salud cada vez empeoraba más y más, hasta que tuve que
llevarlo a la capital para que fuera visto por el médico. Fue a la única
persona a la que le he contado toda la verdad bajo secreto de confesión, él me
consiguió una plaza en la Residencia para que fuera atendido Serafín no sólo por
su desnutrición, si no también por su retraso mental, y a mí me ofreció
trabajar junto a mi hijo en la limpieza del Centro. Cada mañana antes de
empezar a trabajar me acercaba a ver a Serafín, lo veía engordar y sobre todo
sonreír, cuando me observaba su cara se transformaba y corría hacia mi para
abrazarme, lo llenaba de besos, eran los mejores momentos del día. Por la noche
volvía al poblado con la cabeza gacha y dispuesta a enfrentarme al loco de
Pedro que en mejor de los casos estaría ya durmiendo la cogorza, y antes de que
se levantase yo ya estaba camino de la capital para ver a Serafín y trabajar.
èèèèè
Mirando
al cielo desde el ventanal abierto, metió su mano en el bolsillo y saco el
sobre, lo abrió y de su interior sacó una hoja muy arrugada por las muchas
veces que había sido desplegada y plegada y descolorida, y con un lápiz añadió
con letra redondilla como la totalidad del contenido, el siguiente texto:
¡Ya sé a quien me suena su cara!.
Perdóname Papá por no haberte hecho caso
pero hasta hoy no he sabido quién era, pero él, tenías razón, es el mal hecho
persona.
La
volvió a doblar y meter en el interior del sobre y posteriormente en el
bolsillo.
Un
paso más y se encaramó a la silla que estaba debajo del ventanal.
Sin
pensar en ella solo en Serafín, en su última sonrisa de hacia unas horas y,
sabedora sin duda que estaría bien atendido, dejó vencer su cuerpo hacia el
vacío.
èèèèè
- Señoría
déjelo, no sufra más, sabe que hoy por hoy las leyes no contemplan este tipo de
abusos, de atrocidades en el ámbito de la familia y hacia la mujer, yo sé lo
que siente, lo mismo me ocurre a mí, pero sin leyes que protejan estos
supuestos a las mujeres, ....., no podemos hacer nada. Alegarían en la defensa
que Manuela estaba loca, en tratamiento psiquiátrico, que no era consciente de
la realidad desde mismo momento del nacimiento de su hijo, y que se suicidó y
eso ya sabe lo mucho que pesa ese final en contra de ella en un país donde la
Iglesia tiene tanto arraigo, y a él al final lo absolverían.
- Tal vez
Concha, no seamos testigos que en un futuro el legislador contemple todo este
horror, pero hoy por hoy el único consuelo que me queda es dejar constancia de
esto en los legajos del Juzgado y que no sea objeto de expurgo y alguien pueda
llegar a leer todo esto.
èèèèè
El
joven Juez que archivó la causa por el "ficticio suicidio" de
Manuela, se encargó, extralimitándose sin duda en su autoridad y funciones, de
estar informado de lo designios de Pedro y sobre todo de Serafín, y supo
algunos años después, que tras repudiar a su hijo, fue expulsado de la empresa
por un uso extralimitado de su autoridad al inflingir gravísimas lesiones a un
minero que estaba de huelga, perdiendo con ello el uso de la casa. Fue
solicitando ayuda a los convecinos, de los que lo único que obtuvo fueron
algunas palizas.
Quince
años después del fallecimiento de Manuela y estando de guardia el mismo Juez,
el cuerpo de Pedro apareció tendido boca arriba con los ojos abiertos,
inyectados en sangre y con la tráquea rota, en un callejón que hace el Centro
donde se encuentra el que fuera su hijo Serafín, su rostro reflejaba el miedo,
parecía como si hubiera visto al mismísimo diablo.
El
informe de la Policía concluía en que el único testigo de lo que ocurrido había
sido Manuel García Plaez, empleado discapacitado de la residencia, que debido a
su trastorno mental nunca se le tomó declaración. Manuel fue encontrado tras
una puerta que conducía al callejón que siempre estuvo cerrada desde la
construcción del Centro, con una mirada y sonrisa hierática hacia el cristal de
la puerta, y con las manos cerradas en el interior de sus bolsillos.
Solo
Su Señoría y Manuel sabían lo que había ocurrido. Manuel cuando fue repudiado
por su padre y gracias a su tutor, el médico que le asistió siendo niño y que
cuido de él desde el fallecimiento de su madre, adoptó el nombre y apellidos de ella.
En el interior de una de sus manos cerrada en puño, se encontraba la llave de la puerta que siempre estuvo cerrada.
En el interior de una de sus manos cerrada en puño, se encontraba la llave de la puerta que siempre estuvo cerrada.
ALCORDANZA (Francisco Javier CORTINA GÓMEZ)
Nota del autor.
La
historia de esta Manuela de cómo falleció no es ficticia, alguien muy especial para mí me la
relató, el resto es pura ficción, lo que sí es cierto es que muchos casos pretéritos de lo que hoy conocemos como "violencia de genero" nunca
llegaron a la luz pública quedando o bien enterrados en el anonimato por el paso de los años de legajos
judiciales de los archivos mohosos en el mejor de los casos, o bien en vagos recuerdos por el paso del tiempo de gente que prefirieron simplemente olvidar.
Este
relato está dedicado a todas aquellas mujeres que no se merecieron esa o esta vida,
pues en muchos casos no sabían o no saben ¿A DONDE IR?.